Los pensamientos se fugan en las ráfagas de viento
junto al polvo que se desprende de las rocas
que conforman las paredes derruidas del templo.
Viaja la inconciencia atravesando las fronteras
del sueño y la pesadilla,
va como el embrujo que sale del pulmón de una guitarra
flotando en el aliento de Dios que emana del mar
y que le da vida a todo.
Cascabelea la serpiente,
en las entrañas hace eco el corazón,
se desfasan los rayos del sol detrás de las montañas
y en la fogata se deshacen la penumbra y el dolor.
El susurro de un arcaico reino se escucha en los rincones
amedrentando el vacío de los eriales sobre los que se irgue
el vestigio del yerro y la calamidad,
del abandono y la cerrazón,
más aún resplandece el filo de una espada,
sí,
enclavada en una roca tallada en la que a pesar del deterioro
aún se aprecian herméticas runas de sibilinos versos.
Ni el eón ni el silencio oxidan el acero
que dragones y magos forjaron hace mucho tiempo
y que yace cual solemne cruz sobre la tumba del Diablo
en la que las hechiceras del sol oran a diario
allá donde las sagas y sus lunas convergen
junto a los vientos de los cuatro puntos cardinales
para llevarse el agónico hedor del mundo actual.