Irrumpiendo en la noche, nos encaminamos con el rostro tiznado y la mirada cansada, llenándonos a bocanadas los pulmones con aquel hedor que nos impregna desde siempre; presas de nuestra desventura, de todos y cada uno de nuestros diablos de nombres herméticos, como niños aguardando un amanecer que se antoja lejano ante el extraño fulgor rojizo en una madrugada eterna.
Cuán tremendo debió ser el crimen cometido y cuán lejos se deberá llegar para alcanzar la redención de los amantes de la muerte que van curtidos de miseria.
Al final de la madrugada roja, quiero creer que nuestros cuerpos lacerados caerán a la ceniza vacua, y los ecos de una vida compuesta de colores prohibidos y dolor, se desvanecerán entre los acordes del silencio. Alimento de cuervos, la carne, de polvo el alma. La serenidad al fin abrazando al amargo latir del corazón.
Cuando el fuego del infierno nos alcance, amigo, ya seremos viejas brasas.
Te quiero Abissos, como siempre te he querido.
Escribes como los ángeles, que sentido y qué dulce tu caminar entre las letras.