La abuela guardaba aquellas lúgubres muñecas que fue juntando a manera de colección desde su más tierna infancia. Cuando sus trastornos paranoides arreciaron dejó de peinarles y cuidarles, comenzó con la locura que decirnos que se movían por sí solas, y que en ciertas noches inclusive habían llegado a hablarle, generalmente para ofenderla; ¡Vieja zorra, vamos a destriparte!, exclamó una tarde mientras nos relataba lo que según ella, había acontecido la noche anterior, luego no pudimos sino sólo inyectarle el Diazepam para poder hacer que se tranquilizase, y es que sus alucinaciones iban en aumento y con ello esos ataques de pánico que simple y sencillamente nos dejaban agotados a todos. Me duele admitirlo, pero no puedo seguir así, no soporto esos gritos y chillidos que se escuchan desde su habitación, subiré ahora mismo y le haré ver que esas muñecas no están vivas, que no se mueven, que no hablan...