Te amaré hasta en la muerte
Dijo y suspiró profundamente hasta verter el alma en el silencio sepulcral de su lecho marital.
Su piel tersa y níveamente perfecta le convidaba calor al cuero curtido y almidonado apostado a girones por encima de los huesos amarillentos de su amante, el cual parecía mirarle y sonreír complacido ante la belleza de su aún esposa, su compañera jurada en la vida y en la muerte. Y sí, en efecto, en vida su romance prosperó entre conjuras y postergaciones de su matrimonio, entre calumnias suscitadas por el hermano de él, el cual todavía tras darle muerte perjuró a gritos sobre su cadáver el quedarse con su lugar, tomar a su mujer y hacer con ella todo lo que en sus sueños más extravagantes urdía, siempre envuelto entre el aroma del ajenjo y las prostitutas de la buhardilla más empobrecida de la ciudad, aquellas visiones en las que hacía de todo, desde poseerla de manera violenta hasta desmembrar su cuerpo aun febril y bañado en sudor concupiscente, esas ensoñaciones en las que del deseo físico iba hasta el asesinato cruel, pues en el fondo las odiaba a todas porque no podía ser como ellas
, ellas; tan hermosas, tan cándidas, y él, tan poco femíneo, tan poco agraciado
¡Cómo podría amarlas! Pensaba y rechinaba los dientes.
Para cuando encontró a su marido cerca de los establos, éste ya tenía a una panda de ratas sobre él, devorando centímetro a centímetro, rasgando piel, músculos y órganos, provocando profusas hemorragias, desfigurando aquel rostro impávido de lo que alguna vez fue el mejor hombre que había conocido, el más amable, el más devoto que jamás hubiera imaginado.
Fue a ella a quien, según rumores, se le pudo ver esa noche merodeando el pobre tabuco del asesino de su cónyuge, y fue a ella misma a la que como afirmaron un par de borrachines de esos que vagan dando tumbos por las calles a deshoras, a quien se le vio saliendo de entre las llamas del cuartucho como ángel de la muerte, dejando atrás los lamentos y alaridos de aquel hombre que fue encontrado ya con la luz del sol, casi reducido a cenizas y con una afilada hoz clavada en la espalda, a la altura de la escápula izquierda, justo traspasando desde atrás hasta el corazón.Ω