Aquel Bar

Empujé la puerta con una patada, entré allí con ganas de guerra, miré desafiante toda figura visible. Por el suelo arrastrándose el orgullo, rebozándose en disculpas que vomitó de golpe por intentar tragárselas. En la barra el dolor inconsciente, con una botella en la mano, agarrándola como si fuera su llave para salir de allí, cuando realmente correspondían a la jaula donde estaba atrapado. Al fondo Cupido jugando al póker, desplumando a la ilusión y riéndose vilmente ¡Necios!, ese condenado siempre hace trampas. De camarera la esperanza, luciendo una sonrisa que incitaba a seguirla, sirviendo un par de horas a cada desesperado. La avaricia golpeando al conformismo, el cual gritaba: ya es suficiente mientras que cada puñetazo le respondía: nunca lo es. La pereza recostada sobre la pared, fumando con una pasividad insultante. Mientras me acercaba a la certeza se aproximó la duda de puntillas, a intentar comerme la oreja, pero le solté un codazo y en el suelo yació. El odio abriéndose paso hasta Cupido, pisando cabezas en su recorrido, y cuando llegó hasta él le reventó una botella en la cabeza, sé que lo hizo porque tenían cuentas pendientes, pero al ser ciego, la venganza le sirvió de lazarillo. La mentira disimulando, y la verdad tras ella, por suplantación de personalidad. La cobardía en una esquina, llorando y el miedo contándole sus cuentos. La lujuria saliendo del baño con los labios del placer marcados en su cuello. La imprudencia ajena a todo bailando encima de una mesa y yo buscando a la felicidad, por fin vislumbré su silueta en el horizonte de aquel antro, entre las columnas de humo, y el jolgorio de estos maleantes, así que comencé a disparar es de locos, tanto tipo duro y la felicidad en el mismo bar, la vida.