Nunca vi con buenos ojos lo de deshojar margaritas para adivinar el amor, ni siquiera lo de regalar rosas para expresarlo. Los 14 de febrero se sitúan sin pena ni gloria en mi calendario. Tengo páginas repletas de aventuras en la biblioteca de mi cabeza, postales de lugares escurridizos en la memoria y descripciones ideales de una princesa perdida en no sé qué cuento. Tengo la habitación llena de ecuaciones sin resolver e ilusiones a medio esculpir en mi almohada. Y pese a todo ello anhelo el equilibrio que ofrece un latido orientado hacia alguien y no hacia todas partes, los derechos de autor de un beso y no los miles firmados en anónimo. La calidad de una buena banda sonora y no el sórdido ruido compuesto por farolas y aceras con insomnio.