La luna maneja a su antojo las mareas de tu voz, y yo me ahogo en ellas.
Y mientras el sol espera un nuevo amanecer, entre susurros me enamoro de ese azul celeste, pintado por el brillo de tus ojos.
Y sólo el tiempo sabe lo que depara a ese mar plácido, calmado, pero bravo en su esencia, a la espera de que una tormenta despierte su alma.
Sentado en lo alto de sus acantilados, frente a él, tan inmenso, tan inmortal, tan eterno destilo la cordura que entre sus aguas perdí.
Entre mis recuerdos se desliza una ilusión, que borra los amargos y teje los dulces.
El corazón empuja hacia ese mar, pero la cordura pretende navegar, no ahogarse, cruzarlo poco a poco, en la más compleja de las odiseas.
Y mirándole de frente, me desafía a embarcarme en sus entrañas, a perderme entre sus corrientes
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