Frío. Sentí un frío punzante al ver aquella fotografía. Un escalofrío que me hizo ser humano de nuevo y alejarme de aquel ente autómata en el que me había convertido. En ella pude ver un tiempo antiguo, apagado y brillante al mismo tiempo, en su contexto, dentro de los límites que te otorga una sonrisa sincera al estar en brazos de alguien querido. Y sentí frío al comprender que no sólo se hallaba apagado el tiempo de aquel momento inerte, sino que el ocaso de aquella persona también se aproximaba. Uno crece, o eso te hace creer cada reflejo, pero bajo las mil capas que la vida te va proporcionando sigue gritando un niño, vehemente, indómito; ruge queriendo romper todo lo que le atrapa, los prejuicios, los lunares que, caprichosos, se acomodan en cualquier lugar, como esas cicatrices que sin previo aviso llegan, se abren, dejan paso al dolor y se cierran como un recordatorio. Y al ver tal imagen, pude escuchar el llanto de ese niño, pude materializarlo en lágrimas que por momentos trataban de solidificarse, de huir de unas mejillas que parecen asociar la melancolía con la debilidad. Sí. Lo admito, siento tristeza por los tonos sepia, por los verbos que he de conjugar en su tiempo pasado, por los besos que ya no saben, por los inviernos junto a la lumbre y por ese aliento que parece próximo a agotarse, cercano a un abismo que todos conocemos, pero olvidamos.

AdrieleganceSeguir Autor Recomendar Texto Agregar a Favoritos