Hay personas que son una primavera crónica en sí mismas. Que te permiten saborear lo alejado que está el dolor de ellas, lo cerca que estás tú de su piel. Personas que ahuyentan tus fantasmas del pasado, aquellos que un día tuvieron nombre y calles que recorrer asignadas. Personas que, en una memoria futura, seguirán siendo presente.
El ser humano necesita amar, pero puede que no esté preparado para ello, porque las emociones escapan a las matemáticas, porque no hay una ecuación capaz de despejar incógnitas que son bellas sin resolver, siendo un misterio. Personas que te hacen sentir imparable, como un genio a punto de componer la obra que encumbrará su vida, como un niño prodigio disciplinado. Ciudades en sí mismas, con rincones nuevos cada día, con lunares por construir. Personas que siguen siendo tu primer deseo cuando el alcohol escala hasta la cima de tus pensamientos, cuando actúas con vehemencia. Que consiguen ser un vicio, la calle sin salida en la que no te sientes acorralado, sino arropado, refugiado del mundo. Personas que trascienden lo físico, que se alojan en ti, entre el esternón y la piel, grabadas, clavadas para el resto de tu existencia. Personas que te hacen olvidarte del amor, de las limitaciones, de los arquetipos, de esas rosas marchitas de los cuentos, que son un ejemplo de que hay sentimientos demasiado profundos como para que tengan forma física, que deben ser un ente sin artefactos que lo encierren.
Hay personas que te pasan por encima, pero sin pisarte. Te desbordan. Como la vía que atraviesa la carretera y te obliga a parar. Personas que son cine, un fotograma en bucle del atardecer en el Oeste. Hay personas que consiguen que el frío abandone tu piel, que interrumpen la hibernación de tus sentimientos. Hay personas que consiguen que dejes de ser invierno.