Todo momento es bueno y malo para enamorarse. Quién no sucumbe ante tan ambigua y dulce experiencia. Visto desde fuera no se comprende, visto desde dentro quiere comprenderse.
Cuando todo se rompe, las emociones se desequilibran y las mariposas del estómago estallan empapando cada poro y cada neurona. Es a partir de ese momento cuando uno juzga todo lo vivido, grita a los cuatro vientos y maldice lo bello que pudo ser. En otras ocasiones, la renuncia se omite, se esconde entre la intensidad de los latidos, que golpean a una razón sorda.
En ocasiones, hace falta más valor para dar un paso atrás que para dar uno adelante. Saber cuándo retirarse es la victoria más gris, la menos literaria, pero la más pragmática, cerciorarse de cuándo dejo de valer la pena, de en qué parte del camino se perdió el rumbo. Y es que no hay nada peor que perderse a uno mismo por buscar a alguien.
En la guerra y en el amor todo vale, pero no lo valen todo.