Realidad dubitativa, paradero desconocido. En los frondosos bosques de mi mente todo es confuso y desconcertante, las hojas secas que crujen a mi paso parecen estremecerse, retorcerse de dolor, esbozando escorzos de naturaleza anormal. Y como la razón nunca se vislumbra entre el dolor intermitente, no cesan los pisotones; como si de un caminar pueril y torpe se tratara, me alejo del sigilo requerido, alertando a todos los sentimientos ávidos de sosiego. Se escapan, se esfuman entre la neblina crepuscular, volviéndose imperceptibles, etéreos, como un zorro entre la maleza, como un violín callejero en avenidas frenéticas. Y qué hacer, sino llevarse las manos a la cabeza, frotarse cruelmente los ojos con intención de borrar tales imágenes. Lo que un día hacemos bien, puede ser la tortura de un futuro rebelde e incierto. Hoy las lluvias se clavan en los hombros de forma vertical y despiadada; los atardeceres estivales incendian las retinas y evocan lo cruel de la belleza, lo malévolo de un amor que te atraviesa, que permanece en el estómago, devorando nombres y deseando que alguno se le atragante.