Fue en la tumba de Santiago apóstol
donde lloré desconsoladamente
no sin antes haberle revelado
algunos sollozos a las viejos robles de la Alameda.
El veinte de enero faltaba un mes
para que nos despidamos en el aeropuerto
recién volvíamos de Ourense
y yo no entendía como seguía la vida sin ti.
Los días soleados y las noches frías
pronto se hicieron semanas,
nosotros comíamos torta y reíamos
pero ambos sabíamos lo que nos esperaba.
Nada se podía prometer
y esa sola idea nos fastidiaba
entendíamos, creíamos que
cada beso, cada caricia, era la última.
La noche antes caminábamos bajo la lluvia
el agua y el frío ya no importaban,
tomados de la mano, en el oscuro silencio
volvíamos por el Mercado de Abasto.
No recuerdo si para ese viaje te compré caramelos
nunca algo me dolió tan adentro
te ibas en avión a la madrugada
nunca olvidaré ese veinte de febrero.
Adso