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Origen

Me expreso al igual que lo hace un rapsoda malherido por culpa de la lluvia radioactiva, y las palabras se hacen un lío a causa de la oscuridad que desde hace ya mucho tiempo reside entre las personas de bien. Ruidos inaccesibles desconciertan la mente de un niño ágil que procura muñecos y apego, y que solamente se encuentra con serpientes que cubren con sus negruras esos muros tan difíciles de echar abajo. No son placenteras las normas que la sociedad nos intenta vender a diario. Tampoco es necesario cepillar el horizonte con las uñas de la suma consternación para saber que lo negro habita sobre lo blanco si no decidimos tomar las riendas del cambio e indignarnos con lo establecido, y hacer así del mundo un territorio apto para todos los públicos. Tal vez el origen (una entelequia de la que salimos para compartir sinceridades y falsedades los unos con los otros) sea el gran núcleo del yo interior, incluso, la verdad de todas las personas que nos envuelven ahora que el planeta Tierra pide una suspensión de actos perniciosos. El grito y los párpados de la indecisión aporrean el portón de los límites perdurables, al tiempo que el “para siempre” se propone localizar un bebedizo que acabe con “los malditos”. No siempre fue así: en otro tiempo nos expresábamos con mayor claridad gracias a la esperanza y la mocedad. Por aquel entonces las palabras eran orientaciones puras que se confundían entre los rancios orgasmos de las gentes, o sobre los pútridos billetes manchados de esperma y sangre inocente. Fue poema libertario aquella ocasión en la que nos prometieron justicia y libertad los estamentos educativos. Probablemente lo más puro que yo haya expresado en mi vida sea un silencio prolongado hasta la llama acuosa donde habita el olvido y la inédita leyenda de un viejo caballero que dio su vida por un poco más de equidad imberbe, teniendo en cuenta que tras la filosofía incorruptible que acatan los seres que residen bajo los puentes de esta enmohecida urbe, se encuentran aquellos ideales que funestamente perdimos al saber que ya éramos enteramente adultos, al reconocernos como hombres insalubres y corruptos. En el origen de las cosas habita la luminosidad incondicional, la paz, el amor innegable y la savia primordial. Cuando nos olvidamos del origen nos vamos convirtiendo lánguidamente en títeres, en fantoches de cera marrón, en entes que acatan las normas por falta de fuerzas y por falta de esperanza. Ya que tal y como dilucidaba el poeta y escritor estadounidense Oliver Wendell Holmes: “Aquello que sale del corazón, lleva el matiz y el calor de su lugar de origen”. Y lo que no pertenece al corazón, es simplemente una pérdida de nívea esencia y de tiempo inmerecido.
Alexandervortice07 de junio de 2011

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