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Purgatorio 2.0

Robert Louis Stevenson sentenció con aspavientos de hombre que ha reflexionado entre las negruras de la inmoralidad: “Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir”. Y vivir se nos olvida hoy más que nunca, vivir se nos va por momentos de las manos a causa de las rapideces que nos impone esta sociedad carente de aire fresco, de pausas níveas. La vida vuela y el tiempo se aleja de nuestra esperanza. Salimos al mundo como individuos cibernéticos 2.0 que se mueven por modas y no por sentimientos. Se nos va la vida en gustar, en idealizar, en ganar, en complacer, en resultar seductores a “los otros”, esos que nos rodean y que, naturalmente, nuestra vida no les importa tanto como pretendemos. Se ennegrece nuestra savia cuando somos sanguinarios, sucumbe cuando “regalamos” reveses a nuestros semejantes, guantazos que nos convierten en entes inservibles, imbéciles de subsuelo, sin brisa ni albor, seres que no saben diferenciar entre el amor, el odio o viceversa. Se disipa la vida cuando no estamos en contra de una guerra, porque no es nuestra guerra, porque los muertos no se agolpan en la puerta de nuestro hogar, y las balas no raspan nuestros semblantes complacientes. La vida del hombre debiera construirse con méritos de hombre, no con méritos de animales de bellota. En nuestros días no sabemos diferenciar lo bueno de lo malo, lo que enriquece nuestra existencia de lo que la hace indigente y taciturna. Posiblemente sea a causa de la sobrante información que nos confiere esta sociedad con sabor a sangre y esperma, y además porque casi todas las noticias que nos circundan están vinculadas con el vencimiento, el desamparo y el peligro, siendo esto algo que hace que cada día nos resbalen más los problemas de la humanidad, empezando por los del vecino con el que nos tropezamos a diario y acabando por los del niño que llora desconsoladamente la muerte de su madre en el conflicto de Libia. Lo repito: el ser humano reinante no acierta a distinguir entre la animadversión y la ternura, entre la verdad y la invención, entre el embaucador y el benéfico, y eso hace que la afligida soledad sea su única compañía. Porque, tal y como explicaba Jesús Iglesias en una de sus más notables columnas: “La mayor contradicción de la vida no es la muerte, sino la incesante fuerza de gravedad de la rutina y el deterioro perenne de las promesas. No cesamos de proclamar la fugacidad de la existencia y nos resulta casi insoportable aceptar la lógica del purgatorio, del instante, y las incesantes moratorias de esos fragmentos trascendentes”. Así es, y así lo acepto.
Alexandervortice28 de marzo de 2011

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