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Nuevo Ejercicio Literario

Hola a todos. A petición del compañero Indigo, os propongo un nuevo ejercicio que, al igual que el anterior, realicé en el curso de narrativa al que tuve la suerte de asistir, impartido por el escritor Jorge Eduardo Benavides.
En este caso, vamos a tratar de demostrar que podemos hablar sobre cualquier tema usando un vocabulario perteneciente a otro campo totalmente distinto. Para ello, los alumnos teníamos que pensar en términos relacionados con la religión, y usando algunos de ellos crear una historia que no tuviese nada que ver con la misma. Como no vamos a ponernos ahora a esperar a que se os ocurran las palabras a usar, las pondré yo mismo, y escogéis las que vais a utilizar. Cuantas más, mejor.

iglesia, sacristán, cáliz, virgen, cristo, capellán, monja, hermana, sacerdote, vidriera, catedral, bautismo, comunión, dios, monaguillo, sacrificio, congregación, obispo, novicio, maitines, homilía, parroquia, cepillo, hábito, obispo, misericordia, piedad, pecado... o cualquier otro que se os ocurra.
Reconozco que no fue mi mejor relato, porque se me echó el tiempo encima y lo tuve que terminar a toda prisa, pero al menos sí cumplí bastante bien con el objetivo del ejercicio, que era integrar de modo natural esas palabras en una historia en principio totalmente ajena a ellas.



El cirio que se montó en aquel garito no tuvo nada que envidiar en cuanto a derramamiento de sangre a los sacrificios religiosos de los mayas. Y todo por culpa de mi amigo el sacristán -llamado así no porque lo sea o hable como tal, sino porque tiene la misma cara de triste que el actor- y de su monaguillo, incapaz de quedarse quieto en el momento en que un escote se cruza en su camino. En fin, bien pensado, como cualquier monaguillo.
Y eso que la noche había empezado alegre, celebrando la entrada de Curro, uno de los miembros más queridos de nuestra exclusiva y abnegada congregación de vagos de la Facultad de Derecho, en el aún más exclusivo club de aquellos que hemos logrado suspender al menos siete, a modo de pecados capitales, en un mismo curso.
Como condición sine qua non, según los estatutos de nuestro club, transmitidos por el infalible método del boca a boca durante innumerables generaciones de ejemplares estudiantes, para ser considerado miembro de pleno derecho Curro debía tomar siete chupitos, en el breve intervalo de medio minuto y por estricto orden alfabético inverso, de whisky, vodka, ron, pacharán, orujo, ginebra y absenta. Por regla general, el novicio que se presta a este dipsómano rito iniciático se ve transportado de inmediato a un indolente estado de feliz bienestar acompañado de una simpática e incontenible verborrea. En esta ocasión, sin embargo, no habíamos tenido en cuenta el hecho de que Curro ya había comenzado su particular peregrinación por todos los locales de copas próximos a la Ciudad Universitaria tratando de olvidar por su cuenta la infernal penitencia que le aguardaba –esto es, pasarse toda la santa canícula hincando codos en su habitación con menos opciones de ver una churri en bikini que un seminarista ciego-, con lo que en lugar del mencionado estado de divertido bienestar le sobrevino un sopor tan irresistible como el producido por una homilía en latín a la hora de maitines. De modo que acabó adormilado con la cabeza apoyada sobre sus manos, estiradita una palma contra otra como si rezase, y estas a su vez sobre el charquito de absenta que el último chupito, al derramarse por obra y gracia de la doble y etílica visión de Curro, había formado sobre la mesa. Nos asustamos un poco al verlo así, debo confesarlo, pero en seguida supimos que se encontraba bien al ver la amable sonrisa que daba a su regordeta cara un afable aspecto de monje trapense.
Mientras unos tratábamos de recomponer en la medida de lo posible al bueno de Curro, el sacristán se dirigió, sorteando las decenas de feligreses que abarrotaban el bar, hacia la barra del mismo para pedir un café con sal con el que reanimar al nuevo miembro de nuestro club. Al parecer no había tal cosa a esas horas, y el camarero le sugirió un Red Bull, que hace parecido efecto, pero cuesta cinco veces más que el café. El bueno de el sacristán se rascó los bolsillos, normalmente menos tintineantes que el cepillo de una parroquia de barrio pero milagrosamente llenos esa noche, y se giró raudo para llevarle la bebida energética a Curro. Al hacerlo, tropezó con una chica que había a su espalda y le derramó contenido del vaso por encima. La mancha se extendió al instante por la blanca y escotada camiseta de la muchacha, transformándola en una traslúcida y gloriosa incitación al pecado. El sacristán, como ya hemos mencionado antes, de forma habitual tiene el cerebro por debajo de su ombligo. En su descargo, además, es justo y necesario reconocer que la tipa estaba como para hacer renunciar a sus votos al mismísimo San Pedro, de haberse hallado presente. Así que juntando unas cosas y otras, el apocalipsis era inevitable. Con los ojos fijos treinta centímetros por debajo de los de la mujer y una incipiente protuberancia en sus vaqueros, soltó:
-¡Hostia, qué pedazo de domingas!
A lo que la chica respondió con un sonoro "gilipollas" y un bofetón más sonoro todavía, tanto que ambas ofensas hacia la persona del sacristán se abrieron paso entre el barullo del bar haciéndose perfectamente audibles.
Por desgracia, la cosa no terminó ahí. Juro que en ningún momento nos habíamos percatado de la presencia en el mismo local de parte de la tuna de Políticas, y mira que llaman la atención con sus capitas y sus cintas de colores y sus anticuadas tonadas que berrean sin medida a la menor ocasión, pero el caso es que, apareciendo de la nada, rápidamente rodearon al sacristán y comenzaron a zarandearle inmisericordes. Resulta que la chica era la novia de uno de ellos. Como comprenderéis, los integrantes de nuestro selecto club no seríamos dignos de llamarnos hombres si tuviésemos por costumbre abandonar a nuestros amigos en los momentos inciertos, y como los de la capa no se mostraron dispuestos a atender a razones, pasó lo que tenía que pasar. Los vasos y los torreznos rancios se usaban como armas arrojadizas, las panderetas y las mandolinas a modo de as de bastos, y los puños buscaban los ojos y partes bajas ajenas con violenta obsesión.
Aquella noche acabamos todos en comisaría, con múltiples cortes, cardenales por todo el cuerpo, y algún que otro hueso roto. Bueno, todos no. Curro siguió a lo suyo, con la cabeza sobre el charquito de absenta, y su sonrisa de monje en la cara. Eso sí, le hemos expulsado del club a perpetuidad. Al fin y al cabo, no llegó a beberse el último chupito.

Alpana27 de marzo de 2014

5 Comentarios

  • Libelula

    Cuando mi madre cayó al suelo blanca como un cirio inmaculado.
    Paso por mi mente como una película todo lo acontecido unas horas antes.
    "Sonia estas temblando mi amor, se que es un gran sacrificio para ti aun podemos dejarlo y olvidarlo como un mal pecado.
    No amor yo quiero hacerlo ya es hora de comulgar con la verdad.
    A dos palmos del timbre de casa de mis padres vi mi reflejo en las vidrieras. Dios estaba tan nerviosa.
    Iba a contardes a mi familia lo de Sonia.
    Después de un calvario de dudas y reflexiones
    Abraze mi cruz
    y llame al tiemble.

    27/03/14 05:03

  • Libelula

    Me quedo regular para mal jajaja pero fue todo improbisado

    27/03/14 05:03

  • Albasilencio

    ante tanta elocuencia, yo no escribo. Escucho y aprendo.
    un saludo.

    28/03/14 09:03

  • Alpana

    Preciosa la historia, y buena ejecución del ejercicio.

    Un beso, Anabel.

    29/03/14 12:03

  • Alpana

    Alba, escuchas, aprendes, y escribe, por favor.

    Besos.

    29/03/14 12:03

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