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El Angel de la Muerte (4)

Parte III
Eran ya las dos de la tarde, sabía lo que le esperaba al llegar a su casa.

Con un suspiro y una sonrisa reconoció que hacía mucho tiempo no se sentía tan feliz. Era increíble que un simple sueño le hiciera ver el mundo menos cruel de lo que era.

Mery, su hermana mayor la esperaba con los brazos en jarras, con una expresión más cruel que la de costumbre. Por desgracia para entrar a la casa debía hacerlo precisamente por esa puerta. Levantando los hombros se preparó para lo inevitable.

Sin esperar que llegara, Mery se adelanto y como único saludo la tomo por el cabello halándoselo sin ninguna piedad.

-¡Moza estúpida!- Le gruñó su hermana con ese tonito chillón que lastima los oídos.- ¿Dónde te has metido?... Tuvimos que recoger la ropa y lavarla nosotras mismas porque no te dignaste a aparecer.

Su padre lo veía todo desde el patio donde ensillaba un viejo rucio. Estaba segura de que moriría antes de ver a su padre defendiéndola de los constantes maltratos a los que era sometida. En el mejor de los casos era ignorada o sobrecargada de trabajo, en el peor de los casos Mary desataba todas sus frustraciones sobre ella.

Como tantas veces se trago las lágrimas. En sus dieciocho años de vida había aprendido que llorar o tratar de defenderse solo avivaba el placer sádico de su hermana. Podía maltratarla, pero jamás quebrarla.

Su bien programada faena la mantuvo ocupada por todo el resto de la tarde. Cuando por fin pudo recostar la cabeza sobre los tablones recubiertos de paja que llamaba cama, su mente bolo al bosque. Ya no era paja, sino hojas secas, ya no era un viejo techo de tablas y argamasa, ahora era un domo construido con el verde de la vida que fluye por los árboles. La presencia cálida que había sentido en el bosque le hizo menos dura la realidad de su vida. Ahora cuando menos tenía con quien soñar, por fin un recuerdo alegre. Bien era cierto que el viento le había robado un beso, que nunca vio a nadie, pero sus sentidos nunca la engañaban, si otra vez estuviera delante a ese ser sabría de inmediato quién.

Con esos dulces pensamientos comenzó su día. Con cuidado de no despertar a sus hermanos se dirigió a la habitación que hacía las veces de panadería. Allí sobre la mesa la esperaba la harina y la levadura. Con el mayor cuidado abrió la puerta suavemente para que esta no chirriara. La madrugada estaba aún oscura, el sol no era ni siquiera una línea en el horizonte de árboles.

Caminando con cuidado de no tropezarse se dirigió al patio. Las estrellas en el cielo era gotas de roció que titilaban como si le guiñaran un ojo invitándola a una travesura, como cuando era niña. El frio de la madrugada traspasaba el chal que se había puesto sobre sus hombros, pequeñas agujas que traspasaban su piel. Respiro profundo llenando sus pulmones, el aire frio de la madrugada limpiaba todos los tristes pensamientos.

Cuando ya se preparaba para regresar dentro una presencia la hizo volverse para ver quién estaba a su espalda… Nada… no había nadie. La sensación de ser vigilaba era persistente, como tener la punta de un cuchillo picando en la espalda. En un instante el aire bajo varios grados, los animales nocturnos desaparecieron junto con sus sonidos habituales. No le paso desapercibido que los perros lloriqueaban buscando sus casas.

La aldea estaba en silencio. Ella sin duda era la persona que se levantaba más temprano en el lugar. Lo peor de todo era que algo malo, realmente malo, rondaba por allí y ella estaba sola en medio de la oscuridad.

-¡Ven pequeña!- Una voz clara y dulce de mujer la llamaba.- No tengas miedo… Solo ven… Acércate a mí.

Sus pies, como si tuvieran vida propia, dieron: uno, dos, tres pasos al frente. En ese momento fue consciente de lo que ocurría. Alguna criatura siniestra estaba usando un encantamiento en ella.

-¡No gracias!- Le respondió la joven.

Sin esperar la réplica de la siniestra presencia se volvió y corrió a la panadería.

Sintiendo que el corazón se le salía del pecho comenzó con su trabajo. No había como un buen susto para darle vigor al amasado del pan.

Durante el resto del día no pudo apartar de su cabeza lo ocurrido… Entre el episodio del bosque y la visita nocturna los nervios la estaban matando. A la primera oportunidad se escaparía para ir a visitar a la vieja comadrona. Ella era la única persona a la que le confiaría ese tipo de cosas.

-“No todas las criaturas mágicas son buenas, y no todas las criaturas nocturnas son malas… Al igual que decir que todas las séptimas hijas de las séptimas hijas son brujas”.

La vieja comadrona vivía al otro lado de la aldea en una deteriorada choza. Nadie se atrevía a llamarla bruja en su cara. De hacerlo tendrían que decirle al carnicero que trajera sus hijos al mundo. La anciana tenía fama de temperamental y al ser la única hierbera del lugar sabía cómo usar esa ventaja. Esa mujer le había enseñado a no tener miedo y a saber guardar sus secretos. De no ser por ella estaba segura que hubiera terminado volviéndose loca.

-Alegres los ojos que te ven niña.- La saludo la vieja apenas la vio asomarse por el camino. -Ven y acompaña a esta pobre vieja.

-¡Pobre vieja!...- No pudo evitar mofarse al ver la inteligencia de esos pequeños ojos enmarcados en un rostro lleno de arrugas.- La mitad de las mujeres que te conocen te envidian y la otra mitad acabará haciéndolo tarde o temprano.

Una carcajada alegre, desenfadada emergió de su viejo pecho. Esa mujer lucía sus más de setenta años, no necesariamente los cargaba.

-¡Niña respondona!- Se quejó Mara fingiéndose ofendida.

No se consideraba así misma una niña, tenía sus dieciocho años que mucho le había costado llegar a cumplir, pero en la boca de esa vieja esas palabras eran como las de la madre que nunca conoció. Obediente se sentó en la banca de madera junto a la vieja.

-Apenas si logré salirme de casa.- Se explico sin poder disimular que se traía algo entre ceja y ceja.- Pero tenía que hablarte. Esta madrugada algo me dio un buen susto.

-¿A tí?... Tienes la sangre más fría que muchos hombres que he conocido.

Para la vieja no había más verdad que esa. La niña era una belleza de metro setenta, ojos verdes como esmeraldas y un cuerpo grácil que haría muy entretenidas las noches de invierno de un esposo que se preciara de ser hombre, pero bajo toda esa delicadeza había una fortaleza que era delatada por el intenso rojo de su cabello. Estaba segura de que no había que o quien pudiera quebrar a esa pequeña criatura.

-Fue muy temprano, en la madrugada…- Trato de explicarse la joven.- Salí a tomar aire antes de empezar con el trabajo… Te juró que jamás había sentido una presencia tan siniestra que se preciara tanto de mostrarlo.

-¿Viste qué era?- Pidió explicaciones poniéndose sería.

-¡No!... Pero por poco… Trato de hechizarme o algo… Quería que entrara en el bosque.

-Tienes razón… Eso es malo.- Hablo la mujer con aire preocupado. -¿Antes de eso te ocurrió alguna otra cosa más extraña de lo normal?

-¡Sí!...- Por más que intento disimularlo no pudo ocultar el rubor que le cubrió las mejillas.- Algo un tanto extraño… supongo.

-Me asustas niña.- La riño la vieja.- Habla de una vez, soy demasiado vieja para ser paciente y tu demasiado joven para ser prudente, así que explícate.

-Alguien me beso en el bosque.- Hablo la joven visiblemente avergonzada.

Mara no pudo más que reírse de ver la incomodidad de su joven pupila. Era aún tan inocente…

-Eres linda pequeña… Que un joven te robe un beso no es extraño… Yo diría que ya era hora… ¿Pero cómo le hiciste para escurrirte de las comadrejas de tus hermanos?

-Fue en el bosque, mientras recogía hierbas medicinales…-

-¡Bueno!...Eso no es extraño… Ahora tengo que decirte que fue demasiado atrevido…- La mujer parecía más curiosa que enojada.- ¿Quién fue?

-Eso es lo extraño… Me quedé dormida bajo el viejo roble… Sentí una presencia intensa, no puedo decirte que clase de ser era, solo sé que me despertó su beso. Cuando abrí los ojos había desaparecido, por completo, ni rastro.

-No es por minimizar lo que te ocurrió, pero eso puede aplicarse a la mayoría de los hombres que he conocido en mi vida.-

-No te burles…- Se quejó soltando el aire poco elegantemente.

-No lo hago… Es solo un hecho de la vida…- La mujer se acomodo en la banca, más con la intensión de acomodar sus ideas que a su vieja espalda.- No entiendo muy bien en que se relacionan ambos hechos, pero créeme, algo tienen que ver. No te quedes sola, ahora que teniendo seis hermanos, eso no será tan difícil.

Si pensaba tranquilizarse con la visita a Mara no lo logró. Ella no se tomaba a broma los consejos de esa vieja mujer y si ella estaba preocupada era por alguna buena razón.

Mujeres y hombres, campesinos cada uno ocupados en los suyo la saludaban amablemente. La aldea era humilde, pero las personas allí eran agradables. Chismosos y metidos como los que más, pero gente buena en el fondo.

El camino a su casa se le hizo eterno, desde que abandono el sendero principal comenzó a sentirse vigilada. Era una sensación extraña, un hormigueo que le recorría el cuerpo. Sabía que no era una persona, ni siquiera era algo que estuviera cerca.

El miedo le serraba la garganta, era de día, las tres de la tarde, pero eso no mitigaba la sensación de oscuridad que le rodeaba.

(Continuará)
Anatema16 de septiembre de 2011

1 Comentarios

  • Anatema

    Agradezco sugerencias

    16/09/11 05:09

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