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El Buen Muerto!

El olor a parafina se metía por las fosas nasales hasta los pulmones. El olor a flores saturaba la sala sobrecargada de adornos llegando a ser de mal gusto. El pobre muerto como adorno dentro de su caja de pino como decoración céntrica. Como mueble había sido en esa casa durante toda su vida, ni que decir ahora en el descanso eterno.

Doña Petra, la muy digna viuda. Señorona de unos cincuenta años, según algunos se atrevían a calcular, enjuta de carnes y de aires aristocráticos que rayaban en lo ridículo. Sentada con la espalda recta, con esos inconfundibles aires de reina venida a menos, jalaba mocos justo como la ocasión ameritaba.

-¡Dios le dé fortaleza!- Hablo susurrando dándole un suave golpecito en el hombro doña Chona, la amiga del Club de costura. – Dios permite estas penas, pero también da el consejo.

Una bien calculada lágrima resbalo por la pálida mejilla de la viuda, la cual secó con elegancia sentida.

-En eso pongo mi esperanza…- Hablo mientras se ponía de pie doña Petra para darle el recibimiento que la esposa de un distinguido miembro del barrio ameritaba.- Mi esposo era un hombre tan bueno, me prometió que llegaríamos juntos a la vejez, y mire usted a la hora que me deja.

Doña Chona se mordió la lengua para no reírse, al parecer el muertito había cumplido su promesa. Pero no era ni el lugar ni el momento de bajarle los humos a la engreída esposa del zapatero.

Con unos cuantos golpecitos de espalda se fue la esposa del dueño de la tiendita a buscar algo de café y pan casero. Con suerte su esposo vendría pronto y se ahorría el darle de cenar. Las obligaciones sociales tenían prioridad.

Un ruido llegó del patio, doña Petra casi podía jurar que eran carcajadas. Su esposo podía haber sido en vida un borracho juerguista y escandaloso, pero en su funeral debía recordarse lo buen y responsable hombre que había sido en vida. Al demonio quién quisiera ganarle su minuto de fama, sólo se era viuda una vez.

En unas cuantas zancadas llegó al corredor. La escena que se encontró la dejó de una sola pieza. Bertulio, el cuñado, el muy hijo de puta. El hombre estaba sentado con toda su rolliza existencia, colorado de borracho, en una sola carcajada contando chistes, con una rueda de personas haciéndole cortejo.

-¿Cómo se atreve a hacer fiesta en la vela de su hermano?- Se quejó doña Petra sosteniéndose de la baranda, con los nudillos blancos de la cólera.- Riendo a pierna suelta cuando en la sala descansa los restos mortales de su pariente…

Las personas pararon las risas en seco, unos y otros se miraban avergonzados. La viuda tenía toda la razón, después de todo ambos hermanos habían sido muy unidos.

El mencionado Bertulio se puso de pie, algo mareado por los buenos tragos de ron que llevaba entre pecho y espalda.

-Miré señora…- Hablo el hombre con esa lengua enredada de los encandilados.- Si alguien tiene razones de peso para llorar en el funeral soy yo, cuñadita. El muy cabrón de su marido se murió debiéndome su buen fajo de billetes…
Anatema31 de octubre de 2011

3 Comentarios

  • Buitrago

    Te salio bien. Entretenido y si me apuras, hasta vivido no de lejos.
    un gusto

    Antonio

    31/10/11 05:10

  • Anatema

    Ja...ja... A más de uno se nos ha muerto un muerto al que vamos a extrañar mucho, mucho...ja...ja

    31/10/11 06:10

  • Anatema

    No te creas DEADNAME me gusta los cuentos mágicos... Es más, son mi tipo favorito… Pero los arrabaleros tienen su encanto...ja...ja

    31/10/11 07:10

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