TusTextos

En la Noche de Todos Los Santos.(2)

Tome aire, llene mis pulmones de oxigeno buscando despejar la presión que sentía en el pecho. No le tenía miedo a las aguas llenas de turbulencia que me esperaban bajo el puente, pero si al hombre frente a mí. Él me recordó una frase que solía decir mi abuela: “No le temas al que mata el cuerpo, es mejor temerle al que puede destruir tu alma”

El tiempo corría lento, el aire frio me hizo ver que era una noche hermosa, a pesar de lo fuerte que había llovido solo unas horas antes. Quizás en la vida todo era así, la presencia silenciosa del hombre, estoy segura, me recordó ese hecho. Sin quererlo, le sonreí. En fin, hay muchas noches para morir.

-¡Supongo que no me hará daño una copa!

%pA La sonrisa ladeada del hombre me pareció la de un depredador que había logrado la primera parte del asecho. Se acercó a mí con paso lento, se quito el abrigo y lo puso sobre mis hombros. Espere sentir la caricia tibia de su cuerpo en la tela, cosa que no ocurrió, era como si la acabara de tomar de un maniquí. Su olor, perfume caro, aunque no supe determinar cuál, se metía por mi nariz inundándome con su esencia. Era la primera vez que el olor de un hombre me hacía temblar la piel. Todo en él se traducía en pecado. Lo que me llevo a preguntarme, que quería de mí.

Al parecer leyó mis pensamientos, porque sonrió permitiéndome ver unos dientes blancos perfectos.

-Esta noche yo estaba pensando en algo parecido a lo que te trajo a este puente, solo que yo lo planeaba para el amanecer.

Sus ojos negros, tan negros que no tenían vetas de ningún otro color, no mentían. Había una soledad tan grande, que mi propio dolor pareció una mala broma.

-Entonces… Una copa no le hará daño a ninguno de los dos…

Me tomó del brazo, a la vieja usanza. El ruido y la fiesta de los vivos que celebraban la inevitable muerte llegaba hasta nosotros. A unas cuantas calles el reventar de los juegos de pólvora, los gritos, las risas a carcajadas, todo parecía pertenecer a otro mundo, tan lejano al nuestro.

-¿Tiene usted algún antepasado a quién recordar?- Me pregunto sin mirarme, como si tratara de encontrar en las sobras de la calle algo que valiera la pena.- ¿Alguien a quien quiera llevar flores esta noche?

Por lo general no me gusta hablar a nadie de mi patético pasado. La típica historia de la niña no deseada, cuidada por una vieja abuela incapaz de lidiar consigo misma, mucho menos con una niña rebelde. Esta noche era diferente, la Noche de todos los Santos, día en que nací, y el día en que decidí ponerle fin a esta larga lista de capítulos deprimentes.

-A nadie… a nadie que valga la pena recordar…- Le dije tratando de fingir indiferencia, como si alguien pudiera serlo al admitir que no había quien le extrañara en este mundo.

Seguimos caminando en silencio, evitando las calles donde la fiesta estaba en carne viva. Una vieja taberna, la que no recordaba haber visto antes en esta zona, estaba abierta. El letrero de Neón decía “Los perdidos”. No pude evitar reírme de lo apropiado del nombre, quizás solo estando perdido se podía llegar a un lugar como ese.

-Este es el lugar.- Anuncio con ese tono de voz suyo tan tranquilo, que me recordó a las viejas películas de época, donde los hombres se tomaban su tiempo para seducir.- Su aspecto no promete, pero te aseguro que es el lugar perfecto para sentarse y ver pasar el tiempo en buena compañía.

Simplemente me dejé guiar. Ya había tomado una decisión sobre el puente, para este momento debía de estar muerta y no caminando con un guapo desconocido. Tenía curiosidad por ver lo que seguía, algo así como mi vida en un universo alternativo o algo por el estilo.

Para entrar había que bajar unas escaleras, al parecer estaba situado en un sótano. Un hombre alto, mal encarado, la viva imagen de un oso custodiaba la entrada. Vestido totalmente de negro, daba miedo solo mirarlo. Al vernos bajar la escalera hizo una respetuosa reverencia, apenas haciendo un movimiento de cabeza, nos dio paso sin pedir ninguna explicación. Por lo visto mi acompañante era cliente frecuente.

No pude evitar picar un poco.- Al parecer traes a todas las desconocidas con las que te topas por aquí.

El se detuvo justo en el marco de la puerta de entrada, me hizo darme la vuelta hasta quedar frente a frente.

-Es la primera vez que traigo a alguien como tu aquí.- Me dijo hablándome con una seriedad que me hizo temblar, no me gustaría estar en la lista de sus enemigos.- Hace siglos que estoy solo, por eso ignora los malos chistes que me hagan, ignorarlos es la mejor manera de desalentar sus impertinencias sin hacer correr la sangre.

Luego con una sonrisa agregó.- Sé mi amiga esta noche… Mañana a mi me espera el amanecer y a ti el puente… O quién sabe si valga la pena aplazar el asunto por un día más.

Tal vez si alguien más escuchara nuestra conversación se encogería de horror al escucharnos hablar de algo como eso con tanta calma, pero era inevitable cuando dos almas cansadas se encuentran. Aunqué es raro, estando con él, la vida no me parecía ya tan vana.

Al entrar el lugar era de otro mundo, otro tiempo. Una vieja taberna de caballeros, así de extraña. No tengo otra manera de describirlo. Lámparas pesadas de hierro sostenían bombillos redondos, unas cuantas telarañas, que de todo corazón espere que fueran artificiales, colgaban del techo. La luz, más que iluminar, empujaba a la oscuridad a las esquinas y recovecos. Mesas pesadas de madera oscura desperdigadas sin un orden determinado, ocupadas por sombríos personajes que hablaban en voz baja. Una chimenea al fondo del salón daba calor, dándole un aspecto casi acogedor. Música suave jugaba con el ambiente tranquilo.

Un hombre de unos cincuenta años, de barba y bigote blancos, limpiaba enérgicamente con un paño la barra de madera del bar. Mi acompañante, que en ese momento me di cuenta no sabía su nombre, me llevó hasta allí en silencio.

Al vernos acercarnos el hombre de la barra levantó la cabeza y sonrió. Su gesto se veía extraño en ese rostro de facciones duras.

-Viejo amigo…- Saludó festivo.- Un alma errante en la noche de todos los santos.- Dedicándome una mirada valorativa que me hizo sentir incomoda, agregó.- Y con hermosa compañía… Esto merece un brindis.

-Así parece…- Hablo mi oscuro acompañante sin querer dar muchas explicaciones.- De vez en cuando el destino también se apiada de sus enemigos declarados.

La risa ronca del hombre de la barra le salía desde el amplio pecho, me recordó a uno de esos enormes barcos de vela.

Sirviendo tres bajos con un líquido dorado me dio un guiño.

-Tal vez no reconozcas el sabor, pero es bueno para una noche tan fría como esta.

Llevé a mis labios la copa, el liquido era ardiente en mi garganta y dejo un rastro tibio por mis venas, un sabor a frutas cítricas quedó en mi boca. No pude saber de qué licor se trataba, pero era de los que uno se vaciaría una botella solo por el mero placer de saborearlo.

Los hombres me miraban expectantes, esperando quizás mi opinión.

-No sé de qué licor de se trata, pero es exquisito…

Ambos hombres me sonrieron complacidos. A la luz del bar pude ver a mi acompañante con detenimiento mientras caminábamos a la mesa más alejada de la curiosidad mal disimulada de los demás clientes. Alto, podía calcular más de metro noventa, su cabello semirizado le caía tapándole las orejas y si se agachaba para mirarme a los ojos, le caían algunos risos sobre la frente dándole un aspecto travieso. Sus hermosos ojos negros guardaban una gran tristeza que disimulaba con frialdad, lo note cuando hablo con el hombre de la barra.

Con caballerosidad sacada de los más estrictos libros de etiqueta, estaba casi segura de eso, saco la silla para que yo me sentara, para luego retirarse a la propia frente a mí. Había llevado la botella entera del extraño licor.

-¿Tienes hambre?- Me pregunto mirándome fijamente, evaluándome de la misma manera que yo lo había hecho con él.

-Solo un poco… Tal vez algún emparedado.

No había terminado de hablar cuando una hermosa mujer apareció casi de la nada o estaba demasiado concentrada mirando al hombre frente a mí. La mesera tenía un cabello rojo como el fuego y miraba descarada a mi acompañante. No debía tener más de veinte años, enfundada en una pequeña falda de cuero debía estar trabajando en una esquina.

-Trae dos copas y un emparedado de jamón de pavo.- Pidió la orden por mí, apenas dedicándole una mirada malhumorada a la joven. Me pareció ver como ella se encogía incomoda ante la mirada firme.

-Enseguida.- Se alejó ignorándome por completo.

La ventaja es que a mis treinta años ya tenía la experiencia de vida de una mujer de cincuenta. Demasiado vieja para que me importaran los desplantes de una chiquilla malcriada.

-Debes disculparla.- Se explico mi acompañante encogiéndose de hombros.- Esta en su naturaleza... No puede evitarlo.

La camisa blanca de seda se pegaba a sus hombros, tres botones abiertos permitían ver su piel bronceada, los músculos de su cuerpo se veían firmes sin ser exagerados. Su edad era mi gran duda, tenía la presencia de un hombre mayor, su apariencia física era de un hombre que no pasaba de los treinta y cinco. Era como si hubieran hecho una lista de mis sueños nocturnos y los hubieran condensado en un solo espécimen masculino. Un escalofrió recorrió mi cuerpo, no tenía nada que ver con el frio, ya que todavía tenía puesto el saco que me prestó.

Le respondí con una sonrisa, no podía recordar cuándo fue la última vez que me sentí boba frente un hombre bien parecido. Después de Michael, creí que estaba vacunada contra la atracción hacia cualquier hombre. No es que fuera malagradecida, pero aquello fue solo una transacción comercial. A mí me salvo de la vida en las calles, y a él de ir a la cárcel por acostarse con una menor de edad. Gracias a él aprendí que no hay acción de nadie que no espere algo a cambio.

-¿Cómo te llamas?- Me pregunto mirándome con interés

-Gabriel…- Sin saber muy bien por qué, le di mi nombre de bautismo. Quería escucharlo de sus labios.

-Gabriel- La manera en que lo dijo, mirándome como si quisiera besarme, me hizo sonrojar.

Que tonta… Como si fuera una chiquilla en su primera cita.

-¿Y tú?

-¡Víctor!- Como hice yo, solo me dio su nombre de pila.

La mesera llego con la orden. Sin poder disimular la prisa, se marcho entre las mesas.

Al mirarlo caí en la cuenta de que el nombre le venía como anillo al dedo. Tenía la presencia de un Víctor.

Con movientes lentos basio el contenido de la botella en un baso... Jamás pensé que el que alguien te sirviera licor podía ser sensual, pero en él era algo natural. La manera en que hablaba, caminaba, la manera en que sus carnosos labios se movían al hablar, hasta sus dientes blancos al sonreír, todo en el era la tentación encarnada. Por el momento el interés era mutuo.

-¿Alguien que te espere en casa?- Pregunte sin poderlo evitar, con el mejor tono casual que pude conseguir.

Su sonrisa se ensancho, el miserable estaba alagado. Por lo general a los hombres no les gustan las preguntas tan directas.

-Nadie… Nadie me espera.- Luego, como queriendo darme algo de él continúo. Estuve segura que esa era una concesión que no hacía muy seguido.- Hace muchos años tenía un sirviente leal, pero murió defendiendo el lugar donde yo dormía.

La manera en que lo dijo y el uso de las palabras me intrigo.

-¿Y tu familia?

-El último murió hace siglos.

Estaba por pedirle más detalles, esa manera de exagerar diciendo “siglos” me estaba impacientando.

Su mano sobre la mía me desconcentro. No podía decir que fuera fría, era solo la ausencia de calor, como cuando uno toca un maniquí o la madera de una mesa. El tacto era suave, sus dedos acariciaban formando círculos en mi muñeca, haciendo pasar un hormigueo que me subió por el brazo hasta mi columna. Había dormido con dos hombres antes de Michael a los dieciséis años, luego solo tuve sexo con él hasta su muerte cinco años atrás, era la primera vez que sentía algo como aquello. Era como si mi cuerpo despertara a la vida después de estar muerto durante treinta años... Siempre me habían dicho que era un alma vieja, yo sabía que era solo una criatura que no sabía amar ni como dejar a otro amarme.

-¿Y la tuya?- Su pregunta me regreso a la realidad de golpe. Tuve que pensar un poco antes de reparar en lo que me había preguntado.

-Nunca la he tenido.- No quería que sintiera lástima por mí, de algún modo sabía que él estaba por encima de eso.

-Entonces seamos amigos.- Hablo sin dejar de mirarme, su boca hablaba de amistad, sus ojos negros hablaban de deseo y su mano sobre la mía de ternura. – Pospongamos por un día más tu puente y mi amanecer.

Le sonreí, honesta y esperanzadoramente. Él tenía razón, el puente y el amanecer siempre iban a estar allí para nosotros, saber eso era liberador.
Anatema25 de noviembre de 2011

2 Comentarios

  • Indigo

    Creando suspenso te perfilas eficientemente de manera especial, en la siguiente entrega ambos personajes espero que decidan si posponer el asunto del puente y el amanecer, por un desbordado y lujurioso acto amoroso, me inclino por saber esto último; allí no te conozco y deseo conocerte.
    Saludos apreciada Anatema.

    26/11/11 07:11

  • Anatema

    Me alegra te haya llamado la atensión, a decir verdad aún no me decido... voy a pensar en el final... Tal vez te de gusto...

    Espero estes muy bien mi querido amigo... Cuentame como te preparas para la navidad...

    28/11/11 01:11

Más de Anatema

Chat