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Aquello que Todo El Mundo Ansía

Trastocados tus intereses fruto de alguna que otra guerra perdida, incitas a tu árbol de la vida congelado, casi cristalizado, al "irse por las ramas" más profundas.

Las grietas milenarias son tan hondas que pierdes de vista el corazón del tronco con el que te sujetas. En un visto y no visto te invade la decadencia. La que emborrona la visión a través del ojo que todo lo ve. Te desencuentras. No consigues esclarecer el norte de la existencia. Ni hacer burbujear al duende que te evita caer en resabios.

No eres sequoia ni estalactita. No te puedes permitir divagar eternamente sobre los innombrables y sútiles menesteres que gratuitamente se te brindan. A fin de cuentas el apalanque no perfecciona tu enmienda, la reprime. Y no hay palabra más fea jamás inventada. La reprimenda.

Si piensas que eres inmune a aquello que todo el mundo ansía, erras.

Por h o por b siempre se derrama un chorro de savia que te enloquece, agarra de tus manos frías y te incita a captar el centro de la madera, desubicado previamente. Ya es real. Tu corazón caliente.

La rendición a los pies de la más antigua e innata de las artes sin ciencia se justifica si en algún instante de tu divagar como ser naciente, viviente, poniente, bebes fortuitamente del más claro manantial. No te percibes inerte. Y percatas que el simple sorber de tan delicada fuente ha alimentado tu ego. Evadiendo el origen de la sustancia que da la vida, desafiando por qués insanos. Firme apego.

Como las ratas detrás de la flauta de Hamelín, nadie se escapa del aullido agudo que atrapa al indomable huracán. Amarrado al ojo a través del cual la humanidad pagaría por ver. Amigo fiel. Un hueso duro de roer.

Divina resiliencia...
Andreanadal12 de julio de 2017

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