La química genera adicción y no hay más que aludir a esa etapa en la que tus neurotransmisores, que aunque tan tuyos se gobiernan por sí solos, se echan al vacío sin permiso B para conducir. Con ansia viva pero sin saber circular se lanzan a lo bruto sobre un césped que no se sabe si está embriagado únicamente de flores o quién sabe de qué más. Total, que la sensación engancha y parece ser que más covalentemente si es sustancia. Éste artificio es el intríngulis que se convierte en laberinto difícil de escapar aunque en la meta haya un suculento queso con el que el ratón se quiere saciar. La gula no puede con la adicción. Por ello dicen que a los 7 pecados capitales le falta el octavo y nacional. Será tal que así cuando ejemplaridades ejemplifican tal consumo, y por los derroteros de la picardía se ven atrapados como jaurías sin cadenas. Representada por un nido oscuro en la cumbre y un eyes liner desdibujado se reveló una hija de la Gran Bretaña, nadie más fuerte que ella, sentenció. Tan pronto fue descubierta como volvió a su negro, se traspapeló entre sus andamios. Un par de caliguays mirando pero sin ver hacia un cielo plomizo que la encegó sin saberlo pero queriendo enredarla en su hiel. Bombeando a cordel, ausente la conciencia presentes los almirantes que confirman su existencia, la despiden entre mistos que recuerdan su ida aguda por las ramas. No hubo poscarga que la ayudara a convertirse en ave fénix, sino que fue pájara de paso de alguien, regalándonos sus jazz y souls irreversibles. Así cató momentáneamente el más dulce de los vinos.
