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Carta de un Inevitable, Triste y Evidentemente Superfluo, Suicidio.

Abrió los ojos una vez más. Como el viento rosaba amargamente en su cara tenía que cerrarlos más o menos cada cierto tiempo, y era tan frío que ya tenía los labios partidos. Se engió más en lo profundo de su corazón mientras sus codos descanzaban sobre el barandal. Estaba hasta lo más alto que se podía llegar del edifio más alto, de su pequeña ciudad.

No se sentía bien, ni mucho menos tenía el más mínimo humor para pasarsela conversando, aunque admitió dentro de su cabeza que le gustaría tener con quien charlar. Alguién que por lo menos, fingiera interes en oir, lo último que tenía que decir.
Se rascó la cabeza con la mirada bien perdida en las luces del fondo, que se abrían en increibles ríos de poco silencio, mucha melancolía y gente por doquier. ¿Cuánto les importaría ver el pavimento coloreado en rojo?. Escupió y no soltó la atención hasta que la saliva se perdió en el concreto. Sonrió.

No, ese día ya le valía un puto comino que sucediera con el mundo, por que había decidido acabar con su mundo. Se llamaba Ángel, y odiaba el primer nombre que jamás usaba. Como el cabello le llegaba hasta el mentón, y ahora con el frío aire golpeando su cara, sentía la libertad de un suave masaje sobre su cabeza. Ideal. Pero no suficiente, el aire y los masajes no curan el dolor.

Ángel había hecho de todo menos honor a su nombre. Era un tipo de lo peor, egocentríco, envidioso, malhumorado y antipático. Por algún motivo, bien raro en verdad, se había inclinado hacía un margen de "Yo Lo Sé Todo" . Errores de crianza que habían forjado una persona hueca, carente de empatía, y por lo general, desagradable.
Pero no estaba en la cima de aquel edificio por que se le antojara, tenía un buen motivo que, si fuera necesario presentarlo ante un juez para aprovación sería más drástico que las pruebas contundentes del juicio contra Peter Teleborian en la novela de Stieg Larsson "La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire"

¿Qué era Ángel? A palabras suyas, la definición más cercana al metaverso mental de su enorme amargura, era el rey de la repulsión, incomprensión; por lo que en general, le darían la corona de tío desagradable de primera. Y no estaba incómodo por eso, no se andaba con lloriqueos, ni menos tratando de sopesarlo o yendo a terapias por que, ser como era le hacía ser el mismo y actuar de otro modo era mentir.

¿Cuánto durarían las máscaras que era capaz de poner en su cara? Mucho... nunca nadie había visto a tráves de esas máscaras por que, no había nada que ver. Pintaba su cara de un blanco calcio que dejaba ver unos leves puntos azabache. Odiaba sus ojos.

Se agachó por la mochila que estaba en el suelo, una de un solo cinto para el pecho, color negra y remaches en metal. Allí había solo unas pocas cosas. Una libreta de cuadros que solía usar para la matería de estadistica en la Universidad. Sonrió, nunca había encajado allí, lo que encajaba era la máscara que había diseñado para ese lugar.
Abrió la libreta y, contra el aire, miró el primer dibujo de ella. Lo había titulado "Silo and Arthur Harrington", y realmente le gustaba. Se quedó fijamente mirando la figura de Silo. Un personaje que había creado para sus novelas. Era escritor. Le gustaba su diseño, un muchacho de cabello castaño, largo y despuntado al grado de estar hecho una maraña de finos cabellos. Sonriendo un poco sonrojado por recibir un beso en la mejilla de Arthur.

Por un segundo su corazón pareció reaccionar. No. Nada. Ni un poco.

Se fue por la mochila y sacó una pluma. Arrancó el dibujo y lanzó la libreta hacía atrás. Comenzó a redactar en una letra de paño de cerdo. Aplastada y tan junta que se fusionaban entre si.

Me pasé la vida entera creando lugares donde el corazón de otros fuera feliz.
No hablo precisamente de mis libros y cuentos, pues en la vida diaria también fui autor de varias sonrisas.
Pero me equivoqué y di cosas demás a otros.
Me quedé sin nada para mí.

Silo es especial, me hace sentir bien. O lo hacía.
Crea un espeso recuerdo en mí, lleno de conflictos que prefiero tragarme.
¿Qué opinas tú, Silo?
¿Cuánto hiciste para ayudar a Dash, Silo? ¿Dejaste atrás tus prejuicios para conseguir, a toda costa, lo que más anelahaba Dash?

En la novela, sí.
En la vida real. Jódete Silo.

Ahora te ofrezco lo último que puedo ofrecer. No solo a la vida que siempre me ignoró. A Silo también.
Al final, jugaste bien tus cartas.
Voy a admitirlo, me ganaste.

Felicidades, debes estar regocijandote. Te lo aplaudó, bien hecho. No. En verdad. Es sincero.

Ah, no te preocupes.
Desde el principio sabía en que lodo me metía. Pero pensé que, por un motivo, todo cambiaría y tenderías la mano hacía el horizonte. Pero jamás lo hiciste.

Me duele. Pero ya no más.
Dash y Silo jamás debieron ser "amigos". Aunque en la vida real, esa sigue siendo la palabra.

Amigos.

Con un último suspiró de sus labios, que esta vez escapó con vaho, Ángel dobló el papel en un triagulo. Siendo cuidadoso de dejar el espacio en blanco suficiente para no romper nada de la letra. Al final obtuvo un cuadrado. Lo dobló un montón de veces hasta obtener una mariposa de papel. Sonrió. A nadie le gustaban sus jodidas mariposas.
No, correción. A si mismo le gustaban.

Oyó el sonido de unos pasos detrás que ignoró por completo. Se paró encima del barandal y mantuvo el equilibrio con las manos extendidas. Cerró los ojos.
Respiró profundo. Volvió levemente la cabeza sobre su hombro derecha y le sonrió.
Ella soltó una lágrima. Pero le montó guardía de honor.

-Ya voy.
Dijo en un tono tan bajo que apenas se podía oir distinto del aire. -Eres muy buena conmigo. Muchos más que cualquiera lo halla sido.- Y sonrió. Luego aire en su cara. No supo nunca nada más. Se fue.


Ese día, en esa mancha roja, cayó la mariposa. Pintada en carmesí natural. Pero la gente, pasó encima. Le ignoró. Era un cuadro sin mucho más interes que el sol de cada mañana.
Superfluo.
Anistondash09 de diciembre de 2012

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