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El Circo de Los Espejos. #9 - un Pasado Con Tintes de Venganza.

Capítulo 9
Un pasado con tintes de venganza.

Durante todo el tiempo que Yoshira se halló en cama no pudo dejar de pensar en todos los extraños actos que había sucedido en su vida en tan poco tiempo. Su mirada se encontraba perdida en el techo de la habitación ya de por si pequeña en la que se hallaba. Con el sonar de un reloj de cuerda se dio cuenta que apenas había llegado el medio día.
Se sentó aun en la cama y miró por la ventana pequeña que había a su derecha. El paisaje parecía ser un amplio prado que se extendía por colinas y colinas. El día no era soleado en absoluto, todo estaba frío y el dominio era del color gris. Su aliento se vio cortado cuando la puerta de la habitación se abrió dejando pasar a Lord Ferdinand quien portaba un par de vendajes alrededor de su cabeza.
—Es bueno que ya te hallas levantado, Lady Yoshira. Todos estaban muy preocupados por el estado de tu salud.
Dijo el conejo mientras daba un salto hacía la cama. Bufó un poco y clavó sus rojos ojos en la cara de Yoshira. –A que no esperabas que esto fuera tan difícil.
Pero Yoshira no respondió esta vez. Dio un largo suspiro y abrazó a Lord Ferdinand. Y esta vez el conejo ya no opuso resistencia, se entregó al cariño de la chica completamente.
Incluso después de todo ese tiempo Yoshira seguía siendo la misma chica de siempre, aun con la fragilidad que asechaba su corazón. De repente como si fuera un rayo un recuerdo vino a su mente. Esa persona que le esperaba, que le gritaba desesperadamente. Un chico a quien jamás vio en realidad y ese lugar tan extraño que visitaba en sus sueños.
—Lord Ferdinand. ¿Cómo están los demás?
Se animó a decir con un tono de voz muy bajo. El conejo notó que Yoshira estaba avergonzada y apunto de romper en llanto. No había sido su culpa de ninguna forma y aun así ella sentía todo el peso sobre sus hombros. El canciller se sentó en sus piernas y le miró alzando la cabeza.
—Todos están perfectamente. Aunque aun durmiendo. El viejo que nos ayudó también se encuentra en este lugar.
—Ese hombre viejo…
Dijo Yoshira mientras recordaba al viejo mago que había estado allí para detener a Hamelín. Un giro adecuado para la vida de Kevin, que hubiera sido truncada de tajo. Pero lo que más rodaba en su cabeza aparte del hombre que le llamaba en los sueños era la forma tan horrenda de Hamelín. Y esa nueva habilidad de los olores que brotaban de la gente. Uno diferente, algunos dulces y suave y otros más obscuros y amargos. En ese momento el de Hamelín olía de manera amarga, pero no solo eso, si no que el sentimiento que brotaba de su corazón era aterrador también. Se había dejado consumir por algo que no era normal, se había dejado seducir por el odio y eso había ayudado al extraño ser que le habló a Yoshira.
Esa era la respuesta del porqué de Hamelín, el ser que habló con Yoshira. Su voz macabra venía de la flauta igual que el olor que rodeaba al castaño. Todo el odio venía de ese objeto y se enmarañaba en el joven, tomando sus sentimientos para hacerles un arma de destrucción para todo lo que recordaba su pasado. –El hombre viejo pudo ayudar a Hamelín cuando más lo necesitamos. Pero el mencionó que era también parte de un error.— Yoshira miró a Lord Ferdinand con curiosidad. —¿Usted sabe de quién se trata ese hombre?
—Sí.
Asintió el conejo. –Pero ahora será mejor que bajes a comer un poco. Ya habrá tiempo para explicar todo, Lady Yoshira.— La chica asintió y ambos bajaron las escaleras en forma de caracol. Solo entonces la chica se dio cuenta que estaba en una casilla de dos pisos con objetos pequeños salvo por las puertas de tamaño humano y exagerado color.
—¿Dónde estamos?
—¿Qué no es obvio? Este es el País de los conejos. El viejo nos ha traído aquí para ponernos seguros del otro grupo de viajeros que iban detrás de nosotros.
Lord Ferdinand cambio su tono de voz por uno más ameno a fin de tratar de que romper la preocupación que nacía de los ojos de Yoshira. —Estaremos bien por un tiempo, dudo que sepan como llegar hasta aquí.— Esbozó una sonrisa en sus labios pequeños.
–Así que usted es originario de esta tierra.
–Por supuesto, le represento dentro del Parlamento Infinito, y aquí nací. De hecho, has dormido en casa de mi madre, Lady Elizabeth, quien también ha curado tus heridas, ahora mismo se ha ido para recolectar frutas silvestres, te preparará la cena.
La chica agradeció haciendo una reverencia con la cabeza, al final coronó todo con una sonrisa y una suave respirar profundo. Caminó un poco para tratar de darse cuenta de que el suelo era de una suavidad sin igual. Cada rincón llamaba su atención de ese peculiar paraje de casitas bien pequeñas con prados verdes que se complementaban en infinitas parcelas de zanahorias bien ordenadas en línea recta. Nada fuera de lugar. Todo estaba bien hecho.
El día mientras transcurría no fue diferente de otro que Yoshira hubiese vivido antes. Comió un poco de lo que había preparado la madre de Lord Ferdinand. Una amable coneja con palabras elegantes igual que su hijo. Pero su sazón era el que dotaba de ser magistral. Las palabras de aquellas viejas historias de Lord Ferdinand siendo pequeño y totalmente desastroso dieron a Yoshira lo que necesitaba hace bastante tiempo, un poco de risa en su haber. Sonrió mientras más se adentraba a cada uno de los recuerdos de Lady Elizabeth, quien parecía complacida con el más grande orgullo al hablar de como su hijo había sido escogido como Canciller. Solo una madre puede estar tan orgullosa, sus ojos rojizos se iluminaban cada que se dirigía a su amado pequeño. Era de esperarse, Yoshira sentía eso cuando se acordaba de alguien especial que había dejado en casa.
Agradeció mientras salía un momento para caminar un poco, su estomago había quedado medio vacío puesto que se había quedado de charla toda la mañana. Ahora el sol comenzaba a ceder en un bello atardecer con tintes de color cobrizo. Una melancolía para la mente de Yoshira. Se dejó inundar de recuerdos mientras se sentaba en lo alto de una colina.
—Disculpa.
Dijo una chica con suave voz que se entremezclaba con los saltitos de un perrillo negro. Yoshira volvió sus ojos para identificar a su oyente. En definitiva estaba allí cerca, una joven de unos 17 años cuanto mucho, con el pelo bien castaño levemente ondulado. Portaba un vestido corto de cuadros muy campirano. Pero lo más impactante para Yoshira eran unas zapatillas carmesí que portaba. –Me he perdido, ¿Podrías ayudarme?
No había manera de que un ser humano como ella hubiese llegado por su cuenta al País de los Conejos. Según Lady Elizabeth este lugar poseía una barrera de magia que evitaba a los humanos comunes alcanzarle, mucho menos entrar en el. Apretó los labios, algo nerviosa, y continuó el juego.
—Por supuesto que sí.
Respondió con cordialidad poniéndose en pie. Extendió la mano a la chica castaña y notó que tenía pecas en sus mejillas, un dote muy extraño que resaltaba sus ojos profundamente azules. –Pero primero déjame preguntar. –Yoshira sonrió con dulzura. —¿Cómo has terminado aquí?
La castaña dio una sonrisilla de nerviosismo mientras esbozaba una escusa. El perrito había bajado al suelo ya y olfateaba los pies de Yoshira mientras su cola saltaba de una lado a otro sin parar. Para Yoshira los perros eran lindos, y este no era la excepción de la regla. Era todo tan profundamente negro con una cara muy pequeña que portaba ojos grandes.
—¡Totó!
Exclamó a margen de dictador. — ¡No molestes a la señorita!
—No es molestia en absoluto.
Respondió Yoshira mientras le cogía en brazos. Toto parecía estar contento estando con la chica. No paraba de mirarle con esos profundos ojos bien grandes, y a Yoshira le agradaba ver a un peludo animal que fuera, por demás, risueño y amigable. Lord Ferdinand no contaba, era casi humano, como sus perfectos finos modales. –Has dicho que se llama… ¿Toto, no?

La pecosa asintió con dulzura mientras tomaba la cabecilla del canino, quien parecía estar en lo más cercano al cielo de los perros.
—El mismo Totó. Terror de las brujas del Oeste.
Bromeó la castaña mientras echaba una risa melódica y bien juvenil. Yoshira plantó su mirada en las zapatillas rojas de la joven enfrente de ella. Despedían un intrincado hilo de humo que era visible solo por ella. Un hilo fuerte y vivo, como hecho de rubí puro. En el poco tiempo de observar con esa cualidad, jamás había visto una fuerza tal. Era como si se tratará de un poder inmenso que latía de poco, primero suave, luego incluso más elegante.
—Me llamo Yoshira. Es un gusto…
Extendió su mano a Yoshira quien correspondió en un acto de gentiliza.
—Dorothy, Dorothy Gale.
Por la mente de Dorothy pasaron mil cosas cuando observó a la dama ante ella. Era evidente que desprendía bondad y compasión, pero existía algo latente que hizo a Dorothy querer huir de allí. Un extraño sentimiento de apego, el corazón de los que habían estado cerca de ella. Eso era, su corazón se nutría del amor de otros para regresarle de nueva cuenta. Era como si Yoshira fuera un sistema de purificación. Una noble tarea para una persona como ella.

Hamelín había despertado hace varios minutos, pero aun se hallaba con la mirada perdida en el techo de la habitación. El viento era fresco y alborotaba su castaño cabello. Cerró sus ojos mientras apenas podía creer que estaba vivo tras todo ese tremendo lio que había causado. Su intención era proteger, quería que Yoshira estuviese bien. Quería que esa hermosa joven que calmaba sus penas no sufriera, y en consecuencia se dejo inundar de rabia y sentimientos negativos. Ahora ella no estaba cerca del flautista, sentía como su corazón se inundaba de furia entremezclada con rencor.
Volvió a su derecha sus ojos celestes para observar su bolso y su flauta que se encontraban allí mismo, pero no quería tocarla. Hamelín se detuvo cuando había ya acercado los dedos para tomar el instrumento metálico. Suspiró con profundidad tragando algo de ese fresco aire.
Su mente viajó a través de esa ventana que tenía enfrente. La madera que era de un tono cobrizo no detuvo el hilar de sus pensamientos que tomaba forma en un recuerdo de matices sepia. Cerró los ojos para concentrarse muy bien. El odio inundaba su corazón.

-- Ese día había sido uno de los peores días de la vida del joven Hamelín. Se encontró con la mirada perdida recostado sobre un riachuelo. Sus heridas sangraban en abundancia, no tenía idea de donde había sacado las fuerzas para moverse. Pero ante todo su cabeza se inundaba de sentimientos negativos mientras el agua fría calmaba el dolor de esas profundas patadas que habían quedado marcadas sobre sus piernas y pecho.
Sobre el rostro de Hamelín se dibujaba un panorama de los más gris. Incluso habían comenzado a caer pequeños copos de bruma, una neblina muy densa que caía sobre su rostro. Un suave y elegante tacto del cielo para apagar el ardor que consumía el corazón del muchacho.
A su lado tintineando con las gotas del arrollo se hallaba la flauta que el viejo le había dado. El dulce anciano que se alegró de ver a Hamelín. Miró de reojo el objeto y se perdió en el mientras una suave voz comenzaba a susurrar en su cabeza. Muy lento, con un tono tan seductor como cualquier musa. E incluso más. Las heridas del castaño se cubrieron de un helado y frío aire que hacía que dolieran menos. Cerró los ojos pero les abrió de tajo unos segundos después cuando una sombra se posó sobre el.
Una joven de hermosa piel pálida, casi al punto de ser una piel de verdadera nieve. Unos labios tan resaltantes en su tono carmín y unos profundos ojos oro haciendo juego con largas melenas bien lacias color negro.
—¿Te duele, mi amado muchacho?
Dijo la chica. Un aire frío y de dulce perfume brotaba de ella. Hamelín le observó inmóvil durante varios segundos, el pequeño flujo de agua ahora poseía escarcha. Pero había algo más que le inquietaba, ella, la chica frente a él era la fuente de todo el frío en ese lugar. —¿Te lastimaron esas bestias de la carne? Déjame que yo sea quien alivie tu pena, vaciaré el odio de tu corazón sobre ellos. Tengo el poder para hacerlo.
Sus labios marcaron una sonrisa perfecta, sus ojos parecían destellar un sentimiento mezclado entre la obscuridad de una felicidad bien demacrada. –Aliméntame, mi amado, y seré tuya para siempre. Seré tu poder y te daré todo lo que desees. Me vengaré de cualquiera que tú quieras.
El castaño se vio a si mismo atónito mientras admiraba esa sonrisa tan hipnótica. Pero más dentro de esa voz tan perfecta que le aullaba un silencio melancólico. Esa joven frente sus ojos, la fuente de todo frío y toda sanación a sus heridas, incrementaba el mal en su corazón. Hamelín sonrió también complacido.
—¿Y cuál es tu alimento mi querida señora?
—Toca la flauta para satisfacer tus deseos. Y déjame a mí tomar el resto. Yo me alimentaré de aquellos que oigan el sonar de la belleza que emanen del instrumento.
Hizo una pausa para saborear el manjar que emanaría de sus labios bien carmín. Acarició el cabello del hermoso muchacho. –Y me alimentaré de ti también, mi amado muchacho. Tú serás mi muñeco personal, tú colmarás con tu belleza mi ego.
El aliento saltó de los labios partidos de Hamelín mientras tomaba con sus largos dedos la fría flauta. Sintió entonces su corazón crecer de hambre, por venganza. Quería desmembrar a esos cerdos que lo dañaron. Ahora lo haría, tenía el poder para hacerlo, el recuero del viejo se había encerrado en un cajón sin fondo, y usaría ese poder para arrasar lo que le lastime. Marcó una sonrisa horrenda mientras se sentaba y aceptaba el frío aire que le rodeaba. La mujer le abrazó con sus helados brazos, como dos pilares bien delgados formados de hielo puro.
—Ordena mi amado muchacho. Dime su nombre y yo los tomaré por ti.
Dijo ella. Su voz era una música muy suave que acomodaba bellas texturas en la mente de Hamelín. Toda la gloría para su nueva señora. Hamelín había conseguido a un tutor. Un tutor diabólico.
Vagó sin cesar tambaleándose. Sus pasos eran cortos y entredós en un gran mar de locura, su cabello se había puesto suave del sudor que emanaba de su cabeza. Sus ojos tristes ahora eran reinados de un hambre insaciable que aquella mujer había implantado sobre su corazón. Un poema gótico que amenazaba con romper la inocencia que aun quedaba dentro de ese pequeño cuerpo.
Llegó a un pueblo pequeño cuando el ocaso había caído. Su estomago suplicaba comida, pero la mente de Hamelín era un torbellino de obscuridad que devoraba todo principio básico de la vida. Tomó su flauta y le guardó bien dentro de su bolso. Poco a poco se adentró en el pueblo de casitas bien formadas de tejas rojas y madera sólida. Algunas con murales hermosos que rebosaban de detalles en flores curvadas. Hamelín amaba las cosas bellas, la esencia primordial de la vida, la naturaleza. Su madre. Pero ya no era el, al mando estaba la muchacha de ojos oro, con cabello tan negro como la noche del día final en la vida de la raza humana. Y ella, tenía hambre.
Aquella villa que apenas podía decirse que fuera un sitio concurrido era muy arraigado a sus tradiciones. Hamelín se había dado cuenta en su primera noche de dormir allí, que la gente amaba sus niños más que a otra cosa en el mundo. Más que a las tierras o el dinero. Rumbo al medio día la gente se había reunido en el centro del pueblo, una plaza amplia llena de arboles altos de poco ramaje, coníferas, con una plataforma donde estaba el regordete alcalde. Ese hombre de pomposo traje caro y un bigote poblado que marcaba aun más sus ojos suciamente marrón. Escupía con su voz bien gruesa sobre un problema que había llegado. Una plaga, por lo que Hamelín podía escuchar desde el lago en el que lavaba su rostro. Sonrió con malicia, pudo verse a si mismo reflejado en el agua, y tras el esa mujer tan pálida. Abrazándole, gustosa, como si todo fuera de acuerdo al plan. Se perdía en esos ojos color oro tan profundos que le incitaban al mal. Entonces emprendió su marcha mecánica hacía el centro de la multitud, abriéndose paso poco a poco entre los pueblerinos. Se vio cara a cara con el gordo alcalde al que sonrió con cordialidad.
—He oído. Oh noble regidor de los pueblos. Que su recta mano es incapaz de detener las plagas que se han enviado a atormentar a estos humildes ciudadanos.
—Entonces debo recalcar que tu oído es bueno. Muchacho. ¿Pero qué puede hacer alguien como tu que apenas y posee edad para ayudar a su padre en el campo?
Hamelín sonrió para si en medio de la obscuridad de corazón. Era el momento perfecto.
—Rector de estas tierras. Ofrezco arrasar la plaga que a su pueblo asecha. En un día, uno solo.
—¿Un crío podrá? Son palabras un poco anchas para lo que es la gravedad de este asunto. Las plagas de los ratones han inundado cada rincón del pueblo en su parte norte. En cosa de nada tomarán la parte sur también.
Engrosó sus labios de represión. –Incluso los más valientes hombres han fracasado caído agotados ante la gran masa de sucios roedores.
El castaño armó sus palabras de un aire de dulzura obscura mientras sacaba la flauta de su bolso. Y había logrado que el alcalde tomara atención el instrumento labrado en plata.
—¿Vuestros valientes hombres tenían uno de estos?
—¿Una simple flauta será más avasallante que las espadas de nuestros guerreros?
El rechoncho hombre aplaudió fuertemente. –Aprecio tu valentía hijo. E incluso, para probarte, te daré una oportunidad. Has tu lucha.
—Líder de las masas.
Respondió Hamelín haciendo una reverencia. –Mis servicios son seguros, pero no baratos, a cambio de quitar la plaga que destruirá su pueblo pido todo el oro que puedan poseer.
Los dientes del alcalde comenzaron a castañear antes de echarse a las grandes risas. Colocó su grasoso brazo sobre el hombro del muchacho y sonrió hacía la gente del pueblo que ahora estaba concentrada en el pequeño fanfarrón.
—Este crío nos pide todo el oro del pueblo por vencer a una plaga que ni el más apto de los guerreros consiguió. ¡Propongo que le dejemos intentarle!
Hamelín bajó la cabeza inundándose de sombras que cubrían su rostro. Sonrió con satisfacción mientras la gente reía en símbolo de burla. Todo marchaba de acuerdo a lo que deseaba. Esa noche se hospedó en una posada discreta, en un cuarto que apenas tenía una cama y una lámpara de noche acompañando una fiel mesa de madera. Pero tenía una gran ventana hacía el resto del pueblo. La noche era tranquila y refrescante. Volvió su mirar hacía la flauta nuevamente para sentirse aun más embrujado por ese bello instrumento. --


Ahora estaba completamente seguro de que tenía que hacer. No había otro sentir en su corazón que no fuera el puro deseo de venganza contra todos. Se sentó sobre la cama y ató una venda a su tobillo que estaba lastimado gravemente. Se puso en pie y salió solo para toparse con Kevin en la puerta, le aplastaba con una mirada tan severa que podía ya verse siendo castigado por un padre furioso.
—¿Qué sucede contigo, Hamelín?
Dijo Kevin. —¿Ya te olvidaste de lo que has prometido a Yoshira?
Desvió su mirar hacía el bolso del flautista para confirmar que era cierto que llevaba consigo esa flauta maldita. Torció la boca con molestia; tomó al chico por los hombros azotándolo contra la pared. –Entiende que esa no es la salida. Si intentas vengarte por lo que ha sucedido antes solo te causarás más dolor. Ella, Yoshira, calma nuestras penas. ¿Estas dispuesto a dejar su cálido regazo por vengarte de ellos? ¿O por emancipar ese gran pecado del que no quieres hablar?
—No puedes entenderme, Kevin. Tú no eres tan malo como soy yo.
Farfulló el chico. —¿Eres capaz de concebir un sueño sin pesadillas? ¿O de introducir tu corazón en medio de la obscuridad sin llorar?, yo soy incapaz de ello. – Bajó su mirar hacía el suelo tratando de ocultar sus ojos a Kevin.
La puerta de madera sonó con pequeños golpecitos. Lord Ferdinand había subido para verles. Había escuchado la discusión. El Maestre liberó al chico de su presión y ambos prestaron atención al conejo que yacía preocupado por que Yoshira había salido hace bastante rato. Nadie parecía haberle visto. El corazón de Kevin comenzó a latir con fuerza de nerviosismo, Hamelín sintió la boca seca. Ambos estaban preocupados por su amada dama.

Bajo el calor de los últimos rayos de sol se encontraba aquel Viejo hombre de ropas muy blancas y de larga barba. Contemplaba el ocaso del día sin final. Un día que nacería de nuevo, pero que nada dentro de el tomaría vejez ni moriría naturalmente. Solo la acción humana podía quitar la vida y no restaurarla. El Viejo sabía a la perfección que el mundo estaba detenido debido a un gran poder mágico que le aislaba a modo de burbuja. El producto de todos los deseos humanos y esperanzas. Un mundo hecho de varios pedazos melancólicos, de sueños rotos, con sangre y tinta infinita que se extendía suavemente en bellos valles.
—Todo sale como lo ha planeado el gran señor.
Dijo el Arlequín quien aparecía en forma de espiral frente al Viejo. No pareció inmutarse en absoluto. No tendría que, conocía quien era y por qué estaba aquí. –Dentro de poco todas se reunirán aquí para decidir quien será el que entre el Circo de los Espejos.
—El Creador es un ser vanidoso.
Respondió el Viejo con una gran sonrisa pacifica. –Pero gracias a él, estamos todos vivos. Gracias a el existe este mundo detenido que sus habitantes aman. Un conjunto de sueños que han arraigado sus raíces en una tierra frágil. Sublime.
—Tu amado muchacho ha atacado a Yoshira.
Anistondash16 de julio de 2012

5 Comentarios

  • Ldamien

    Impresionante, cada vez la intriga crece, Ahora ¿Será posible que Yoshira no le pasaran cosas extrañas alguna vez? Jajaja en espera del siguiente.

    Saludos.

    16/07/12 07:07

  • Anistondash

    Jaja es que de verdad que es un tipa rara. Le pasa de todo a esta niña. Incluso a la Yoshira real, de carne y hueso le pasa un montón de cosas.

    16/07/12 07:07

  • Anistondash

    Pff que fiasco, se ha truncado totalmente el Flashback de Hamelín.

    16/07/12 07:07

  • Anistondash

    ¡Ya está arreglado con la parte que le falto del Flashback de la historia de Hamelín!

    16/07/12 07:07

  • Ldamien

    Ya ahora se ve mejor, en espera del siguiente :)

    16/07/12 08:07

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