Milímetro a milímetro recorro la cálida expresión blanca
con el penetrante brillo de la mirada absorta.
Mis ojos se detienen en tu boca,
primero,
en tus labios sedientos de fuego,
despues.
Salto intranquilo y alegre,
vigilante,
de un párpado burlón
a un atisbo de sonrisa.

Lo busco todo,
lo descubro todo,
te descubro a ti;
al misterio que se esconde tras esa expresión Divina.

¡ Mira allí... ! una arruga,
un surco diminuto que no te hace vieja,
te hace bella,
solidifica esa sonrisa errante,
a veces irónica,
casi siempre sincera,
que regalas aún cuando sabes que no va a ser devuelta.

Tus ojos,
si tus ojos me miran, en este momento me miran.
Tus ojos,
finos hilos de cristal puro,
escrutan punzantes mi gélida expresión,
mi inexpresión cansina.
Tus negros torbellinos me arrastran
al abismo de lo imposible;
me acercan a tí,
me descubre tus secretos,
me emborrachan de tu esencia.

Yo,
exhortado a la cúpula más alta de tu alma,
acaricio con mi mano temblorosa,
en un acto de duda certera,
los dorados mechones de tus cabellos alados.
Si,
alados, voluptuosos,
ingrávidos parecen volar,
y tu con ellos,
y yo contigo;
los dos juntos apartados del mundo,
unidos para siempre en el acto de amarnos,
unidos para simpre en un eterno beso que renace a cada instante.

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