Tren interurbano
Once.
El tren, serpiente de acero,
amante impetuoso de la velocidad,
no luce, sino herrumbe.
Sus puertas desdentadas se cierran,
Adentro, nosotros los pobres.
Primera Junta
Un hilo de baba fino y brillante
baja desde la comisura del labio ajado,
combatiente de los viejos tiempos
de la mujer de ojos marrones.
ombligo al aire desafiante,
o quizás sedienta de la caricia del frío.
Dan ganas de decirle,
mujer te puedes enfermar,
dan ganas de morderle el sensual rollo
debajo del ombligo.
Esta de pie,
amazona derrotada
de la guerra sangrienta por el asiento.
La voluntad de poder es viajar sentado.
Después de todo el Leviatan es un gran sillón
instruyendo sobre el derecho a la muerte y la no vida.
Flores.
La primavera del barrio del Ángel Gris
Es un otoño helado
con un sinfín de prostitutas a la vera de la estación
y el catalogo de linyeras pidiendo en los vagones.
Floresta,
(¿sabes cual es la diferencia entre Flores y Floresta?
¿no, cual? Ésta)
Villa Luro.
La mujer de ojos marrones,
de labios ajados y combatientes de viejos tiempos,
observa el sol a través de las ventanillas.
Peina febo una profusa cola de rubios rayos
en el firmamento celeste,
acompañado por blancas nubes voluptuosas
en acto explicito de lesbianismo.
Liniers.
El semental de la velocidad
lanza un soplo de alivio por la descarga humana
y parece tambalear en la recarga de hombres y mujeres.
el gran bazar callejero
el hormigueo de los compradores prepotentes
es indiferente a la suerte del viajante.
Ciudadela.
(La calma del silencio)
Ramos Mejia,
los ojos marrones contemplando
la pulcritud contrastante
entre la rubia concurrencia descendiente
de camisas y pantalones de vestir,
y el morochaje duro y fornido,
de bolso y mochila.
Unos hacen gala de corrección
y regalan a quien quiera oír exclamaciones cargadas de
que barbaridades
dictadas por los diarios.
Los otros mastican el dolor sus huesos
o eyaculan obscenidades en el oído
de quien quiera escucharlas.
Haedo.
Ahí va el capitán Beto
Morón.
La mujer de ojos marrones y
labios ajados combatientes de viejos tiempos,
se baja con la muchedumbre,
lanza una mirada,
lastima,
podría haber sido amor,
pero no,
somos cautivos del tiempo lineal y vacío
del viaje.
Yo me bajo en Padua.
Castelar.
Lamento en forma de zamba
Ituzaingo.
El príncipe Kropotkin
(maldito Kropotkin
cada vez que me interpela en un poema,
nadie lo lee)
me interpela desde los muros
paralelos a las vías.
La falta de pan es la condición de la revuelta.
¿Y el hedor a pedos, eructos y sudores
gastronómicos del mediodía proletario,
es manifestación del conformismo burgués?
Padua.
Este es el fin,
sin amor y sin revuelta.
Una sutil gota de baba,
preciosa como una perla,
brilla en el piso.
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¿Rasparan las barbas del principe Kropotkin?
Querido
amigo,
domesticación
lectura
discurso
(La novia
de Juan
es linda?
Es,
simpática)
Los vacíos
entrecortados
del silencio
nocturno.
Querida
amiga,
los aristócratas
del nombrar
dictan
la verdad
de los
burgueses
leedores
de periódicos
¿Los bigotes
de Nietzche
olerían
a tabaco?
Querido
amigo,
poder
sujeto
predicado
verbo
del lenguaje.
Peino
otra raya
de cocaína.
Ángel
caído
de los
devenires
de la nociva
droga
del amor,
querida
amiga.
Siempre
la noche
nos acompaña.
Ya no bebo,
no me dejan
los doctores.
Ya no amo
no me dejan
los amores.
Disfruto
de la leche
agria
del amante
del chat
(putito 25
versátil
pasivo
te la chupo)
enorme
verga
ojos negros
penetrantes.
¿Rasparían
las barbas
del príncipe
Kropotkin?
(grandote
morocho
metro noventa
rapado
te la doy)
El deseo,
una llama
extinguiéndose
fugaz
como
las estrellas
que estallan
en el firmamento
y los mensajes
de texto.