Llevaba los lentes oscuros para protegerse del sol.
Buenos Aires ardía.
La calle Corrientes era un infierno de cemento y autos y la gente corría apurada hacia sus trabajos o hacia la nada.
Llevaba poca prisa.
El tiempo se le disolvía entre los dedos sin saber a ciencia cierta porque.
Una porción de hipopótamo era tan buen menú como un plato de ravioles o una ensalada.
Llevaba historia en sus espaldas.
Promesas de huelgas y revoluciones y épocas de caos donde los edificios ardían por el fuego y las balas zumbaban como himno de la guerra de clases.
Llevaba una gran dosis de desesperanza y de sueños soñados en las noches de verano.
Unos pocos pesos en el bolsillo, un recuerdo de amor gastado y sandalias.
Llevaba una resaca y la certeza de una nueva embriaguez.
Una mueca triste, una camisa transpirada, una mirada limpia.
Llevaba el sol en la nuca y la luna en la lengua.
Llevaba una prosa en mente que se perdió en el Río de la Plata.
Tu también lo llevas todo en forma de vida, Ateo. Cuanta fuerza, cuantas ansias, cuanto dolor, poesía, emoción, espinas, heridas, sucesos, angustia.
Tu lo eres todo. Lo llevas todo, lo tienes todo.
Y te quiero tanto.