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Bendita Música. 27 de septiembre de 2011
por atreyu
Ya estabas cabreada cuando entramos a la discoteca y, cuando te dijeron que no quedaban vasos, estallaste.
Me acuerdo de cómo saliste disparada y todo el mundo empezó a mirarse y a rumorear. Ron y Coca-Cola, sin hielo y de un trago para salir como una exhalación detrás de ti.
-¡Eh! ¿Dónde vas tan sola?
Te giras y me taladras con la mirada, de rabia y frustración.
-¿Qué haces aquí? ¿No se te ha ocurrido que quizá quiera estar sola?
¿Sola? ¿En tu cumpleaños, a las tantas de la noche y tan guapa como estás? No te lo crees ni tú.
Y veo cómo sonríes, pero disimulas, aunque no puedes apagar la luz que se enciende en tus pupilas cuando te sientes querida.
Y sonrío, porque te veo enfadada, enfadada pero más calmada.
Acereras el paso, te sigo, pasamos sobre unas piedrecitas que decoran un parque. Te escurres:
-Vaya mierda de zapatillas me llevas, cariño.
¡No te metas con mis zapatillas! ¡Y no me llames cariño!
Pero vuelves a reírte, y esta vez no disimulas, y me encanta.
Llegamos a la tienda: Hielos y vasos, por favor.
Intento llevar las bolsas mientras tú te haces la fuerte e insistes en llevarlas tú.
Camino de la discoteca, de nuevo.
No queda nada de tu enfado, nada salvo hielos, y vasos.
-¿No te parece curioso?—te pregunto, sonriendo un poquito.
-¿El qué?
-Pues que vayas a acabar enamorándote de alguien que no te deja estar sola cuando quieres y que, además, se mete con tus zapatillas.
-¡No empieces! ¡Y mis zapatillas molan! – me contestas, intentando cortar la conversación, odiando mi prepotencia, deseando que yo no sepa todo lo que piensas.
Pero te leo, noto como te muerdes el labio y te robo la bolsa de hielo. Y reímos.
Ya estamos dentro de la discoteca. Mi vaso vuelve a llenarse de ron mientras te pierdo entre conversaciones y decibelios. Te das la vuelta… Umm bonito culo… ¡Oh! ¡El tatuaje!
Me habías prometido que me lo enseñarías esa noche.
Hora de volver a la carga. Cojo un hielo y me acerco a ti. Te lo deslizo sobre el hombro, sintiendo yo también el escalofrío que recorre tu espalda mientras que te aparto el pelo del otro hombro y observo tu tatuaje.
Reprimes tu sonrisa, pero te vuelvo a ver morderte el labio casi imperceptiblemente.
Te escabulles de nuevo, huyendo de mí. Pasan los segundos, los minutos y algunas horas mientras los grados se encargan de llevarlo todo por el buen camino. Y no hablo del ron, aunque también. Me acerco de nuevo, ya no te quedan excusas para huir. Y susurro en tu oído, bendita música que me obliga a acercarme tanto... Que me permite besarte en el cuello, que me permite acabar mordiéndote en el labio… Que del resto ya nos encargamos nosotros…

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