Ocurrió entonces. Quizás fue un descuido o quizás ambos lo buscábamos, nuestras miradas se entrelazaron y ambos bebimos de aquel instante como si estuviéramos solos en el mundo. Tras haber pasado todo lo que habíamos pasado seguía conservando aquella manera de mirarme que hacía estremecerse a mi alma. Comprendí que por mucho que corriéramos en direcciones contrarias nuestros caminos volverían a juntarnos una, otra y otra vez, vi sus ojos penetrando en mi mente con una fuerza abismal, supe que podía ver cada uno de mis pensamientos y le tuve miedo, el miedo que siempre le había tenido desde que le conocía. Pero no era un miedo a que me hiciera daño, o a que no me quisiera. Sabia que me él me amaba por mucho que intentara disimularlo. De lo que realmente tenía miedo era de abrasarme con su fuego, de pestañear y descubrir que ya no era a mí a quien iba dirigida su mirada. Me sonrojé al ver que abría su boca para decirme algo, sin embargo cerró los labios de nuevo y se acercó un poco más a mi, me susurró al oído el te quiero más dulce que nunca escuché. Y volvió a su posición inicial, yo le abracé disfrutando de aquel momento. Le quería y él me quería, no podía negarse aquella evidencia y por mucho que pasara el tiempo nadie podría negarlo jamás...
