Se arrastra por los suelos mas áridos.
Incrustando su hálito hasta lo mas profundo.
Retrato en sangre sobre el suelo moribundo
que se resquebraja atosigado por el afán.
Devora el polvo, enterrando su carne.
Mordiendo sus labios pálidos y desnutridos.
Florecen mortajas de claveles tupidos
apremiando a la tarde con su antifaz.
Golpean las campanas
a los oÃdos sordos
de los gestores de turno... .
Desvanece el diluvio el rastro de la agonÃa.
Ingieren las rocas su silueta sombrÃa.
Se deshace en astillas y trozos,
observándose al final,
cual granos de sal,
( blancos, como eran sus labios).