No he de llevarte a mi cielo
porque de él ya poco queda.
Los demonios visten mis nubes,
harapos de ácida seda.
Se ha atracado lo oscuro
con mi sol de brío y lumbre,
cubre el dolor del desamparo
la flor amante de mi cumbre.
Agradezco que siquiera
he podido encausarme;
ciega de aprensión y memoria,
mi alma fue mi gendarme.
Desde dentro, tal como el alba,
guió mi desahuciado vuelo
hasta el valle donde un amigo
coloreaba un nuevo cielo.
¡Gracias a tí!
... y aquí nos quedamos...