Tu respiración entrecortada se unió a la mía mientras volvía al mundo real. La gravedad del momento dejó de levitar sobre mí y tu calor empezó abandonarme. Todavía notaba tu tacto en cada parte de mi cuerpo pero no quería dejar que esa sensación se esfumara del todo. Me acerqué para volver a conectarme a ti. Respirarte cerca e insuflar de nuevo tu esencia dentro. Y mientras tejía en mi mente una red de conexiones en las que fijar lo ocurrido me pregunté sobre qué haría a partir de ahora. Cómo iba a poder explicar que una parte de mi había encontrado un mejor lugar en el que habitar.
Sin avisar se había desecho de mí y había adoptado otro nombre y color.
La vi aparecer detrás del reflejo brillante que tenías esa mañana en tu mirada. Y ahí fue cuando me di cuenta que en realidad nunca me había pertenecido. Había estado conmigo toda la vida. Haciéndome soñar con lejanas montañas de espesos bosques donde el verde profundo y el olor a madera me traspasaban. Llevándome poco a poco hasta encontrar esa misma esencia. Su vuelta a casa.
Y ahí estaba.
Al otro lado de tu mirada.
Contemplando como me despedía de ella mientras yo encontraba la forma de ver dónde acababas tú y dónde empezaba yo.
