Cartas de Amor En la Distancia
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Isabel no supo que contestarle, porque en el fondo tenÃa razón, se lo habÃa confesado. Pero no querÃa hablar del tema, asà que decidió que esta ocasión era tan buena como cualquier otra para preguntarle por lo que le preocupaba.
-TÃa, Mamá y tú erais muy amigas, ¿verdad?
-No, más que amigas éramos hermanas. Esa era nuestra relación.
-Entonces lo sabÃais todo la una de la otra.
Pero Esther era demasiado lista para dejarse enredar, asà que no le contestó. Entrelazó las manos sobre el regazo y la miró a los ojos, como retándola a que continuase.
-¿Quién era VÃctor Medina?
-¿Quién te ha hablado de él?
-No te andes por las ramas, he descubierto unas cartas que Mamá tenÃa escondidas.
-DeberÃa darte vergüenza, aprovechar la muerte de tu madre para cotillear en sus cosas.
-No seas ridÃcula tÃa. Tenemos que vender la casa y nos piden de la inmobiliaria que saquemos las cosas personales. Las encontré por casualidad y luego me he enterado de que ese hombre fue el cura del pueblo durante un tiempo.
Esther se llevó la mano a la frente y cerró los ojos durante unos segundos. El corazón le latÃa demasiado deprisa y tenÃa que calmarse antes de continuar. Respiró despacio y soltó el aire poco a poco, intentando tranquilizarse. ¿Qué podÃa decirle? HacÃa ya muchos años le habÃa hecho una promesa a Natalia y no podÃa romperla. Pero por otra parte también Isabel tenÃa derecho a saber cosas.
-¿Dónde están esas cartas?
-Las tengo yo-dijo, sacando el fajo del bolso y mostrándoselo. No podÃa dejar que cayesen en manos de Eulalia o de Carlos.
-Entonces, entiendo que las has leÃdo. Y si es asÃ, ¿para qué quieres que yo te cuente nada?
-No las he leÃdo tÃa. Me hubiese parecido estar traicionando a Mamá. He preferido preguntarte a ti. Sé que tú lo sabes. Y confÃo en que me lo cuentes.
-¿Tú sabes lo que me pides?
-Te pido la verdad.
-La verdad de otra persona, de tu madre. Si ella te hubiese querido contar algo de eso, lo hubiese hecho. ¿No te parece?
-Igual tenÃa pensado hacerlo y no le dio tiempo.
-Isabel, tu madre sabÃa perfectamente que se iba a morir. Lo sabÃa-repitió. Si tanto te interesa saber quién es VÃctor Medina, ¿por qué no lees esas cartas?
-Porque prefiero que tú me lo cuentes.
La anciana apretó los puños, cansada y enfadada de este reto que le imponÃan a estas alturas de su vida, cuando se encontraba ya cansada y simplemente esperando que le llegase su hora y deseando que fuese rápido, fácil y en paz.
-Eres una tremenda egoÃsta, niña.
-¿Por qué? ¿Por qué quiero saber cosas de la vida de mi madre?
-Porque no quieres el remordimiento de hurgar en sus cosas privadas, pero no te parece mal que yo falte a mis promesas.
Esta vez fue Isabel quien se desesperó. ¿Por qué era tan terca esta mujer y no le contaba lo que tenÃa derecho a saber?
-Es mi derecho conocer la verdad.
-No, no es tu derecho. Natalia, además de tu madre, era una mujer, y tenÃa una vida propia.
-Entonces no me contarás nada…
-No, no lo haré.
Ante la mirada de reproche de Isabel, la detuvo con un gesto. Se levantó despacio y fue hasta el mueble que estaba al fondo de la habitación. Abrió uno de los cajones y sacó una caja de madera, de color rojo. Se la dio a la chica, que se quedó mirándola, expectante.
-No te voy a contar nada, entiende que no puedo faltar a la promesa que le hice a Natalia. Pero de esto no prometà nada. Algún dÃa, si quieres saberlo, te explicaré como ha llegado a mis manos esta caja.
-¿Qué hay dentro?
-Sólo puedo decirte que si la abres encontrarás la respuesta a tus preguntas. Tú sabrás si quieres o no hacerlo. Yo con esto, sin dejar de faltar a las promesas que hice a tu madre, cumplo mi deber contigo. Y ahora, si quieres quedarte a comer, me tienes que prometer que hablaremos de cosas agradables y no me acosarás con más preguntas.
Isabel asintió en silencio. El resto del dÃa ya fue agradable, rememorando viejos tiempos, contando anécdotas de su madre que ella no conocÃa, de cuando las dos estudiaban juntas y luego de los primeros tiempos, cuando también compartieron trabajo. Cuando ya se estaba poniendo el abrigo y la bufanda para marcharse, Isabel se dio cuenta de que probablemente aquella mujer cuyo pelo ya era casi blanco del todo, habÃa conocido a su madre como nadie; quizá fuese la persona que mejor la conocÃa. Antes de darle el abrazo de despedida, se decidió a preguntárselo.
-TÃa, ya sé que te habÃa prometido que no habrÃa más preguntas, pero déjame que te haga una sola, la última.
Ella la miró con los ojos entornados, como resignada a la evidencia y con un ademán la animó a hablar.
-¿Tú crees que Mamá quiso de verdad a mi padre, que estuvo enamorada de él? Lo hablaba hace unos dÃas con mi hermana, pero ya sabes cómo es ella, carece de curiosidad y en la mayorÃa de los casos prefiere no preguntarse cosas.
-Me preguntas si Natalia quiso a Leandro.
HabÃa un tono extraño en la voz de Esther. Se alisó la falda, buscando arrugas imaginarias.
-Le quiso, si, le quiso mucho. Pero no creo que de verdad estuviese enamorada de él ni que le amase, al menos no siempre.
Isabel movió la cabeza, desconcertada.
-No te entiendo.
-Pues no es complicado de entender. Hay una diferencia enorme entre el cariño y el amor. Tu madre querÃa mucho a Leandro y sé que su muerte le afectó más de lo que vosotros podéis imaginaros. Pasaron juntos muchos años. Pero creo que no le amaba. Estuvo enamorada de él al principio, durante su noviazgo y en los primeros años de su matrimonio. Pero no le amó de verdad.
-Querer, amarÂ…todo es lo mismo. Hay que ver cómo te complicas la vida, tÃa.
-Hija, me has preguntado y yo te he respondido lo que pienso. No tienes por qué creerme ni hacerme caso, al menos en cuanto a los sentimientos de Natalia, que al fin y al cabo eran suyos. Pero sà que debes creer que hay una diferencia y bien grande entre querer y amar. Se puede querer de muchas maneras y a muchas personas. Se ama una o dos veces en la vida, porque el amor es un sentimiento demasiado elevado.
-Entonces mi madre nunca amó-concluyó Isabel.
-Has dicho que era una pregunta, y con esta van dos. El cupo está cubierto por hoy. Anda, vete, no quiero que conduzcas de noche por esas carreteras y con este tiempo tan malo-la empujó hacia la puerta mientras la envolvÃa en un abrazo protector.
-Gracias, tÃa, por escucharme con tanta paciencia y por todo lo que has sido en la vida de Mamá y en la nuestra todos estos años.
Sólo cuando llevaba la mitad del camino recorrido, mientras iba oyendo en la radio el canal donde se emitÃa música clásica, se dio cuenta de que era probable que su madre si hubiese amado a alguien. En caso contrario, ¿por qué iba TÃa Esther a esquivar la contestación? Sin darse cuenta apartó la mano derecha del volante y tocó el bolso, en el asiento de al lado, donde habÃa guardado las cartas y aquella misteriosa cajita roja que todavÃa no estaba segura de querer abrir. Mientras mantenÃa su atención en la carretera sinuosa y difÃcil de transitar ahora que habÃa empezado a llover de manera torrencial, pensó que aquella noche, después de cenar y cuando estuviera a solas y tranquila en su cuarto, deberÃa encontrar las fuerzas necesarias para conocer el contenido de la caja. SabÃa que nunca tendrÃa paz si no cerraba aquel capÃtulo de la vida de Mamá, porque en cierto modo sentÃa que era también cerrar una parte de la suya propia. Le pareció por un momento escuchar la risa algo ronca y sardónica de su madre, que se burlaba de ella.