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Cartas de Amor En la Distancia 26

Al día siguiente recogieron a la Tía Esther a las dos en punto de la tarde. Desde su casa hasta el restaurante apenas había media hora de camino y ya tenían mesa reservada. Gabriel ayudó a la anciana a que saliese del coche y le ofreció su brazo para llegar hasta la mesa. Isabel le estaba muy agradecida por ser tan cariñoso con su tía y todavía más por haber sido un firme apoyo para su madre durante su enfermedad.
-Qué bonito es este sitio, ¿verdad?-no pudo menos qué decir. Había venido aquí la última vez que su madre se sintió con fuerzas para salir de casa. Estaba decorado de manera sencilla, siguiendo la tradición del lugar, y los platos que se servían eran también tradicionales, hechos con los buenos y sencillos productos de la tierra; lejos de esas tontas exquisiteces de lo que ahora se llamaba “cocina de autor”. Mamá cocinaba divinamente y nunca se había complicado la vida con platos extraños; aunque sí que era muy propensa a variar las recetas de siempre y prepararlas a su manera. Isabel sonrió a recordar alguno de los platos que solía preparar.
-Tía, ¿te acuerdas de cuándo Mamá preparaba el pollo al horno con naranja y canela? Tú le decías que era una enferma, que a todo le ponía canela, y que le bastaba entrar en una habitación para que el aire apestase a canela.
Esther echó la cabeza hacia atrás y rió de buena gana, a carcajadas, como siempre lo hacía; sin reparar en la gente de las otras mesas que la miraba. Su risa seguía siendo fuerte y segura como la de una mujer en plena juventud.
-Sí, claro que me acuerdo. Tu madre le ponía canela y cominos a todo. Y encima se perfumaba con una colonia nefanda de vainilla y limón. Le decía siempre que ir con ella era como llevar al lado un surtido de postres. Pero ella ni se inmutaba y seguía haciendo lo que le daba la real gana.
-Sí, tía, supongo que ese es el problema; que Mamá siempre hizo lo que le dio la gana.
Esther se removió en la silla. Le dolía la espalda, como siempre, pero además su inquietud venía, más que del dolor, al que ya se había acostumbrado, de lo que aquella chica quisiera preguntarle. Se preparó para sortear su interrogatorio de la mejor manera que pudiese. ¿O quizá debería hablar? Natalia, como siempre, huyendo de los problemas y dejándola a ella al frente. Miró hacia el techo pensando en que si la tuviese a su lado de buena gana le daría una colleja por haberse muerto dejándola con el problema encima. Ya le había dicho cuando todo empezó que era una loca y una inconsciente, pero como de costumbre, ella se limitó a sonreír de manera encantadora y a decirle que se metiese en sus propios asuntos. Decidió, como había hecho toda su vida, tomar el toro por los cuernos.
-¿Me has traído aquí con algún propósito, niña?
-Por Dios, tía, qué malpensada eres-le contestó Isabel, muy remilgada.
-A otra con esas vainas, muchacha-le contestó colocándose las gafas y mirándola fijamente. Me vas a decir ahora mismo qué es lo que quieres de mí.
Gabriel decidió que era hora de intervenir. La cosa se estaba tensando y conociéndolas, iría a peor.
-Escucha, Tía…
-¿Así que ahora también soy tu Tía? –le reconvino con cara seria. Aunque en seguida le sonrió. Si, hijo, habla tú que eres más ecuánime que esta descerebrada, a la que, como era la pequeña, creo que todos hemos mimado en exceso.
Y Gabriel se decidió a hablar a pesar de la cara de circunstancias de Isabel, que había cruzado los brazos delante del pecho, en un gesto que a Esther le recordó cuando tenía cinco años y le negaban algo que hubiese pedido.
-Lo que tanto Isabel como yo queremos saber es que tipo de persona era ese cura y la relación que mantuvieron.
Esther tomó un sorbo de vino para darse fuerzas. No acostumbraba a beber desde que había tenido el infarto, pero una copita en una ocasión especial si se permitía. Y ahora necesitaba tranquilizarse para saber por dónde empezar.
-Víctor Medina era el mejor hombre que he conocido-dijo, cerrando los ojos como para conjurar su imagen. Y le vio nítidamente, tal y como era entonces: delgado, muy delgado, con ese rostro ascético que tanto podía parecer triste y ensimismado como dulce al igual que el de un niño lleno de ilusión. Y amaba a Natalia más que a su vida. Y ella le amaba a él. Fue una historia de amor preciosa y trágica a la vez. Yo me siento honrada de haberla vivido con ellos, desde la distancia pero a la vez con la cercanía que me daba querer mucho a Natalia, y también a él cuando comprendí lo importante que era para mi amiga, mi hermana, en realidad. Era imposible no quererle viendo lo feliz que a ella la hacía solo con mirarla a los ojos o con hablarle.
-Pero tía, tú siempre has sido una mujer sensata, ¿acaso no aconsejaste a mi madre que no se metiese en esos berenjenales?
Esther sacudió la cabeza en señal de impaciencia y de disgusto. Los jóvenes estaban tan pagados de sí mismos y eran tan orgullosos que no acertaban a comprender que la vida no se regía por normas estrictas, y que los caminos rectos escaseaban, más bien todos eran sinuosos y llenos de baches.
-Porque tú sabías de su existencia desde el principio.
Isabel no estaba preguntando, más bien era una afirmación.
-No, hija, estás equivocada, no sabía de su existencia desde el principio, sino desde antes del principio. Yo vi lo que estaba pasando cuando ninguno de esos pobres inocentes, ni Víctor ni tu madre, se daban cuenta todavía de nada. Ellos no buscaban nada, niña. La situación les vino dada y les tomó por sorpresa.
-No me puedo creer eso. No eran dos adolescentes.
-No, es verdad, cuando se enamoraron tu madre ya había cumplido los cuarenta y él creo que tendría cuatro o cinco años más. Pero eran dos seres puros, que se vieron apabullados por un sentimiento que nunca habían conocido.
Ahora fue Gabriel el que se mostró asombrado.
-De él quizá me lo pueda creer, porque era cura. Pero Natalia era una mujer casada. ¿Insinúas que nunca quiso a su marido?
Esther dobló varias veces la servilleta y apartó de sí el plato. El revuelto de setas estaba muy bueno, pero de repente se le había quitado el apetito. Recordar aquellos tiempos le hacía daño, porque era inevitable rememorar el sufrimiento de su amiga. Todavía, si cerraba los ojos con fuerza, podía verla con la cara hinchada de tanto llorar, de luchar día y noche contra sí misma. Ella había intentado avisarla de que estaba en peligro, de que se cuidase, pero cuando se dio cuenta de que en la vida cada uno tenía que cometer sus propios errores, se limitó a pedir a Dios por ella, para que la ayudase en esa difícil travesía que la esperaba.
-A eso debería contestarte ella, querido, y por desgracia ya no puede hacerlo-le contestó. Pero si me pides mi opinión, que es lo único que puedo darte, te diré que el amor de su vida, el hombre al que amó hasta el día de su muerte, fue Víctor Medina. Leandro era otra cosa; era simplemente el hombre con el que se había casado.
Isabel se sintió escandalizada ante aquellas palabras y así se lo hizo saber a su tía.
-No seas mojigata, Sabela. Eres una mujer que está cerca de los cuarenta años, deberías saber ya que ni el matrimonio es para toda la vida ni va indefectiblemente unido al amor. Tu madre hacía muchos años que no era feliz y cuando conoció a ese hombre, las cosas cambiaron en su vida y empezó a sentir deseos de vivir de nuevo. Si hubieses visto el cambio en sus ojos lo entenderías. Antes eran unos ojos tristes, cansados, desengañados; y desde que conoció a Víctor, parecía la mirada de una niña de quince años. Cada día llegaba contenta a la escuela a dar su clase, canturreaba por los pasillos y se vestía por las mañanas con la ilusión de que él la viese guapa.
-Pero entonces, entonces me estás diciendo que Mamá odiaba a mi padre, que nunca le quiso.
Esther suspiró, intentando mantener la calma.
-¿Y cuándo he dicho yo eso? Tu madre, para que lo sepas, era incapaz de sentir odio por nadie, y bien sabe Dios que a veces no le faltaban los motivos; y si quiso a tu padre, aunque, como ya te he dicho hace unos días, no le amó. Hay una ligera diferencia. O no tan ligera, porque puede hacer que la vida sea inmensamente feliz y muy desgraciada.
Beth03 de noviembre de 2011

5 Comentarios

  • Endlesslove

    Haber vivido desde la distancia pero a la vez con la cercanía… es haber vivido intensamente.
    Eran dos seres puros, que se vieron apabullados por un sentimiento que nunca habían conocido…

    ¡Cuantas frases para pensar dentro de lo que decía la Tía! ¿Y la diferencia entre querer y amar? tratados completos s e han escrito acerca de esto y todavía hay algunos que lo confunden.

    Un abrazo

    06/11/11 09:11

  • Beth

    Para mi al menos, querida Susana, está claro que son cosas distintas, y amar es algo muy serio que se da en la vida una o dos veces con intensidad. Un beso

    06/11/11 09:11

  • Laredacción

    Vaya marrón que le ha caído a la tía Esther, yo los mandaba a los dos a hacer gárgaras; después de que paguen la cuenta, claro...
    Besos.

    08/11/11 11:11

  • Serge

    Beth:
    "Ella había intentado avisarla de que estaba en peligro, de que se cuidase, pero cuando se dio cuenta de que en la vida cada uno tenía que cometer sus propios errores, se limitó a pedir a Dios por ella, para que la ayudase en esa difícil travesía que la esperaba".

    Es verdad en la vida cada quien es dueño de su propio destino y tiene que aprender de sus decisiones.

    Un gusto leerte, amita.

    Sergei.

    08/11/11 11:11

  • Beth

    Y tan cierto, y no menos cierto que aunque alguien nos advierta, solo aprendemos cometiendo errores. Un abrazo a mi gatito

    09/11/11 12:11

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