Apréndeme de los pies a la cabeza;
estudia primero mi pelo,
detente en mis ojos
y delinea mi boca como un ciego
mientras mis manos te recorren
en la sombra.
Traza surcos en mi espalda
como el arado en la tierra;
lábrame entera, amor,
y espera a recoger la cosecha
de lo que surja de los dos.
Quiero que todo tu mundo
quepa en mis caderas;
que no se apague el fuego
que quema tus venas.
Arde conmigo, amor,
y que el amanecer sea testigo
de cómo tus dedos dibujan
a ciegas mi alma;
la misma que se entrelaza
en la tuya en silencio
como la Aurora lo hace
cuando la noche da paso
al día y de nuevo tú
has espantado de mi
la melancolía.