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De Vuelta 3

Una infancia que había sido feliz y que le había servido de puerto seguro cuando luego llegaron los malos momentos. La muerte de su madre fue uno de ellos. Mamá…esa figura que siempre estaba presente, que le daba amor y seguridad, comida caliente, abrazos cálidos y palabras amables cuando lo necesitaba. Muchas veces, más de las deseaba recordar, había pensado que era una persona sin voluntad, sin valía personal, que solo sabía dar la razón a todo el mundo, cocinar e interponerse en medio de las disputas para que la familia se mantuviese unida. Pero lo cierto es que cuando ella se fue, dejó de existir esa familia en la que Mamá hacía de puente. Todavía el cuerpo de su madre no se había enfriado en el cementerio cuando su padre trajo a casa a otra mujer. Sabía sobradamente que era estúpido juzgar; ella era una persona adulta y lo entendía todo; pero no podía perdonar que su padre no le permitiese sacar de la casa las cosas que su madre tanto había amado. Aquella vajilla inglesa para la que Mamá se había pasado ahorrando tantos años, era ahora de una extraña que ni siquiera sabía apreciarla. Hubiese entendido que su padre rehiciese su vida, no era ninguna hipócrita; pero le dolía tanto la indiferencia, aquel empeño por borrar la presencia de quien le había dado la vida.
A nadie se lo había contado, pero cuando estaba triste y tenía problemas, solía hablar con su madre. En ocasiones lo hacía cuando iba al cementerio a llevarle flores, pero últimamente lo hacía también cuando estaba regando las plantas, mientras cocinaba o hacía las camas. Le contaba sus cosas y solicitaba su consejo. Se sonrió para si misma, recordando que Mamá era la persona menos dada a dar consejos. Ella siempre escuchaba en silencio, y movía la cabeza, pero seguía callada. Sin embargo, la gente salía llena de paz cuando hablaba con ella. De todos modos de nada servía llorar por la leche derramada. Mamá ya no estaba, su padre hacía su vida, apenas se veían un par de veces al año, y ella debía seguir adelante.
Cuando el tren llegó a la estación ella fue la única pasajera que se bajó. Era ya de noche y no había nadie esperándola; apenas conocía a nadie en aquel pueblo. La estación era tan pequeña que no estaba segura de que hubiese taxis, pero había dos disponibles y eligió el que le pareció que tenía mejor aspecto. A pesar de todo, olía ligeramente a humo de puro y sus asientos estaban raídos y con la pátina de grasa y suciedad de muchos años y muchos pasajeros. El conductor era un hombre tan ancho como alto, callado y con cara de pocos amigos, que la dejó sin que entre ellos mediase una palabra, en el único hotel del pueblo. Cuando entró se dijo a sí misma que la palabra hotel le venía un poco grande. Más bien se trataba de una pensión con ínfulas. La atendió una chica joven con aspecto aburrido que la condujo a su habitación no sin antes informarle que se cobraba por adelantado.
Dejó la maleta en el suelo y echó un vistazo a su alrededor. La habitación era pequeña y cuadrada, con una cama estrecha que se cubría con una colcha de color pardo que había conocido tiempos mejores. El armario empotrado apenas guardaba espacio para unas cuantas perchas. Lo único bueno era que todo parecía limpio, aunque viejo y deslucido. Se dio una ducha rápida y se metió en la cama sin pensar siquiera en salir a cenar algo. La chica de la recepción le había dicho que ellos solo daban desayunos y el único restaurante del pueblo quedaba a dos kilómetros. No le apetecía darse una caminata para degustar una cena que sin lugar a dudas la decepcionaría. Se contentó con un vaso de agua del grifo y el sabor a menta de la pasta de dientes. Nadie se moría por dejar de cenar una noche. Dio varias vueltas en la cama, intentando entrar en calor, pero la única manta era demasiado fina y no alcanzaba a detener sus tiritones, así que se envolvió en el albornoz y se puso unos calcetines gruesos. Si al final decidía seguir adelante con su idea, que cada vez le parecía menos alocada, al menos no tendría demasiada competencia. No era difícil montar un negocio de hospedaje con más comodidades que esto que se empeñaban en llamar hotel
Beth11 de noviembre de 2012

6 Comentarios

  • Elmalevolico

    Esto se va a escuchar raro, pero la vida permitió que se fuera mi padre y me dejó conservar a mi madre todavía. A los dos los amo por igual, pero es cierto que sin ella yo no estaría aquí, ahora y tal vez ni siquiera conservaría mi vida...

    Esto se está poniendo bueno jejjee Un abrazo enorme!!!

    12/11/12 12:11

  • Beth

    Las madres son muy importantes y quizá solo nos damos cuenta de cuan importantes son cuando faltan

    12/11/12 12:11

  • Kc

    Bueno esta bueno pero se va poner mejor!!
    Las madres que fueramos sin ellas, me tienes atenta seguire esperando más
    Un enorme abrazo amiga.

    15/11/12 01:11

  • Beth

    Las madres son el puerto seguro a donde siempre podemos regresar, hayamos hecho lo que hayamos hecho. Siempre escuchan, entienden o no, pero perdonan y consuelan.

    Un beso para mi Karla

    15/11/12 10:11

  • Asun

    Beth, yo puedo decir que tengo a mi madre y que sin ella, francamente no creo que pueda estar.
    Respecto al relato, espero que este nuevo rumbo, haga encontrar su sitio a esta mujer, en la que inevitablemente nos reflejamos tanto.
    Besos.

    17/11/12 10:11

  • Beth

    Tienes razón Asun, la madre siempre es un referente. Las mujeres de mis novelas siempre andan muy perdidas, como yo misma. Besos

    17/11/12 10:11

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