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Highlander 2

Siempre fui un chico bastante alto, pero entre los catorce y los quince años, decía mi madre que prácticamente se me veía crecer, y alcancé la estatura que tengo en la actualidad. Al mismo tiempo se despertaron en mí sensaciones respecto a las chicas que nunca había tenido. Siempre me habían parecido seres patéticos, lloricas, quejándose por todo, siempre pensando en tonterías. Cuando mis primas venían de visita, era un suplicio, porque a mi hermano y a mi nos tocaba pasear con ellas por el jardín, hablarles, entretenerlas, y los dos estábamos deseando que se largasen y nos dejasen en paz. Pero ahora las veía de una manera totalmente distinta, y lo que antes me parecían ñoñerías, lo veía como delicadeza. Me gustaba especialmente una chica que ayudaba a mi madre en la cocina y que por aquel entonces debía de tener unos dieciocho años, más o menos. Era ella quien servía la mesa a la hora de la cena, y yo me sentaba a comer mirándola como un alelado, espiando cada movimiento que hacía, cada paso que daba. Varias veces Malcom me avergonzó riéndose de mi, porque me quedaba con la cuchara a medio camino hacia la boca, siguiéndola con la mirada. Era imposible, con lo despierta que era mi madre, que ella no se hubiese dado cuenta de lo que pasaba; pero en cualquier caso, no me dijo nada; creo que simplemente se propuso estar alerta. Yo vivía solamente para que llegase la hora de la cena, y poder verla de nuevo. Era pelirroja, bastante pecosa y no demasiado alta, pero a mi me parecía un ángel; aunque ciertamente no la miraba como si fuese un ángel, sino algo bastante más terrenal. Las personas que estaban de servicio en la casa tenían sus habitaciones en la última planta; en una especie de ático. La de Claire, que así se llamaba la muchacha, estaba al lado del cuarto de la lavandera, que era ya anciana y estaba sorda como una tapia; así que una madrugada, después de pensarlo mucho, salí sigilosamente del cuarto que compartía con mi hermano, y subí las escaleras hacia el ático. Pretendía tan solo espiar por el ojo de la cerradura; y por eso iba a la hora en que empezaba a amanecer, primero para tener algo de luz, y segundo, porque ella estaría levantándose y aspiraba a verla cómo se vestía. Cuando ya me había agachado para espiar, alguien me agarró por el cuello de la camisa y de un empellón me levantó. Me di la vuelta, asustado, y me encontré con mi madre, que me miraba fríamente. Aunque yo le sacaba más de una cabeza de altura, su mirada me dejó helado, y sin decir nada, caminé delante de ella en la dirección que me indicaba. Me hizo entrar en la sala y cerró la puerta tras ella. Me ordenó que me sentase, y supongo que para que meditase en lo que había hecho, estuvo callada un rato, mirándome fijamente, con los labios apretados, en el gesto característico de cuando estaba verdaderamente encolerizada. Pero cuando habló, lo hizo en voz baja; ella siempre mantenía su voz deliberadamente baja cuanto más enfadada estaba.

- No voy a preguntarte que hacías para que encima te inventes tonterías que acaben de avergonzarte. Sólo quiero que sepas que aunque tu padre no este vivo, yo si lo estoy, y no permitiré estos comportamientos indecentes e indecorosos en mi casa. Nunca, ¿me oyes?, nunca más quiero presenciar semejante comportamiento de un hijo mío. ¿Qué pensabas hacer, depravado?
- Nada, madre, lo juro, nada malo. Sólo…mirar un rato. Tenía curiosidad-balbucí, totalmente avergonzado.
- Curiosidad; el señorito tenía curiosidad. La madre de esta niña me la confió para que aprendiese a servir en mi casa, y mientras se encuentre bajo mi techo, soy responsable de ella, exactamente igual que si fuese mi hija. Y este comportamiento tuyo es totalmente deshonroso. Tú eres el Laird, su señor, y por tanto, merece que la respetes y cuides de ella, no que la uses como si fuese tu juguete. Es una vergüenza que alguien que tenga poder sobre otra persona, máxime cuando es una mujer, use su superioridad para humillarla.
- Pero, madre…
- No me repliques, ni me contestes. No te atrevas a contradecirme, porque te juro que yo misma te cortaré eso que te cuelga entre las piernas y que al parecer te causa tantos problemas.

Cuando la oí no pude menos que estremecerme y llevarme las manos a la parte que ella mencionó, como protegiéndola de su amenaza. Ahora que han pasado tantos años, juraría que ella me vio y que se dio la vuelta para que la risa no la traicionase, pero en aquel momento, sentía tanto miedo que temblaba por dentro.

-Desde luego, tendrás el castigo apropiado, que te diré en su momento. Quiero pensar detenidamente en cual será. Pero además, quiero que te quede claro que a partir de ahora estaré siempre vigilándote; seré tu sombra, y no te atrevas ni siquiera a pensar algo sobre lo que yo no te haya permitido que pienses. Ahora, vete a desayunar y a hacer las cosas que tenías marcadas para el día de hoy. Después de la hora de la comida, quiero que vengas a mi habitación, y allí hablaremos del castigo que haya pensado para ti.

Salí de la sala con la cabeza gacha, y estaba tan preocupado que apenas pude pasar bocado durante el desayuno. Pasé una mañana infernal, elucubrando sobre el castigo que mi madre me tenía preparado. A la hora de la comida mi madre no mencionó nada de lo que había pasado y habló como siempre, de las cosas que habíamos hecho durante la semana, y de los planes para la Navidad, que estaba ya cerca. Cuando acabamos de comer, me ordenó que fuese con ella a su cuarto; y una vez allí cogió del armario una correa y me ordenó que me diese la vuelta. No conté los correazos que me dio, estaba demasiado ocupado apretando los dientes para no gritar; porque no quería darle ese gusto. Pero si puedo decir que fui incapaz de sentarme en una semana. Mi madre era una mujer menuda, pero tenía el brazo fuerte, ejercitado después de muchos años amasando, trabajando en el campo y en la cocina. Cuando acabó, ambos sudábamos; ella por el esfuerzo, y yo de dolor. Además de dejarme hecho una pena, me anunció que en diez días no podría sentarme en el comedor a cenar.

-¿Y donde cenaré entonces?-le pregunté.
-En ningún sitio, querido. El ayuno te servirá para mantener la cabeza clara y recapacitar sobre tu vil comportamiento.

Casi prefería otra sesión de correa a quedarme diez días sin cenar; pero me callé, porque conociendo a mi madre, era capaz de aplicarme los dos castigos.
Beth04 de mayo de 2010

6 Comentarios

  • Mary

    Que interesante tu relato, me he leido las dospartes y espero
    que la historia continue. Besoss.

    06/05/10 12:05

  • Beth

    Si, continua, y en realidad proviene de una historia anterior mucho más larga. Gracias por molestarte en leerlo, porque se que por estos lares gusta más la poesía que la prosa

    06/05/10 10:05

  • Nemo

    Sigo... Es como un paréntesis en la historia...
    Interesado me tienes...
    Saludos!

    07/05/10 09:05

  • Beth

    Gracias, Nemo, por leer lo que escribo

    07/05/10 09:05

  • Voltereta

    Un relato que va a más, no conocía esta faceta tuya de escritora, pero me gusta, eres buena.

    Saludos.

    10/05/10 08:05

  • Beth

    No me ves, pero me estoy poniendo como un tomate

    10/05/10 09:05

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