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Highlander 8

No recuerdo cuando tiempo me quedé allí tirado en el suelo de piedra, encima de mi propia sangre, como un animal malherido. Cuando pude reunir las fuerzas suficientes, conseguí levantarme y caminar hacia la salida. Si no hubiera estado allí Jamie, uno de mis criados, con un carro para llevarme a casa, no se como hubiese podido llegar. Mi madre me esperaba, y creo que se imaginaba en que condiciones llegaría, porque tenía todo preparado para curarme las heridas. Jane Mac Donald siempre fue una mujer fuerte, que no se amilanaba fácilmente; y aunque noté perfectamente en sus ojos el dolor que le producía ver llegar en semejante estado a uno de sus hijos, no perdió el tiempo con vanas palabras, y me ayudó a llegar hasta la cama. Una de las criadas le acercó una palangana con agua caliente, y me limpió todas las heridas con un paño humedecido. Luego preparó un emplasto con hierbas desinfectantes para que las heridas cicatrizasen. Desde entonces he de confesar que no soporto el olor de la lavanda, la caléndula o el romero, porque lo asocio, inevitablemente, a un intenso dolor. Cuando las heridas estuvieron ya limpias, me hizo tomar whisky caliente con una infusión de valeriana, y conseguí dormir, a pesar del dolor. Tardé varios días en estar lo suficientemente restablecido para poder levantarme; aunque todavía no podía hacer grandes esfuerzos, porque las heridas se abrían y volvían a sangrar.

Mi madre no me reprochó lo que había hecho en el entierro de Douglas; creo que porque en el fondo ella hubiese hecho lo mismo. Era importante no perder de todo el orgullo ni el valor; habíamos sido vencidos en una batalla; pero Escocia no estaba totalmente derrotada y nunca lo estaría. Ya no éramos independientes, pero todavía teníamos nuestra propia identidad.

Los años siguientes fueron tranquilos, en el sentido que la vida siguió su curso habitual; seguí ocupándome de las tierras y de los asuntos de los arrendatarios. La verdad es que todo se me estaba empezando a hacer algo monótono, y en ese preciso momento llegó una invitación para una reunión de Lairds en las tierras de Fraser, a dos días de camino de las mías. Estas reuniones eran, por supuesto, ilegales, pero se seguían celebrando, porque los Lairds necesitábamos, de cuando en cuando, dirimir cuestiones de tierras, de alianzas matrimoniales o simplemente vernos para charlar y recordar viejos tiempos. Tenía pensando ir solo, pero Malcom me pidió que le permitiese acompañarme. Dudé bastante, pero acabé permitiéndoselo, porque últimamente parecía más calmado, y quise darle una oportunidad.

Los dominios de Simon Fraser estaban en Beauly, pero yo iba en esta ocasión a reunirme con Patrick Fraser, que era un sobrino del viejo Simon; y sus tierras estaban un poco más al norte. Patrick había sido muy amigo de mi padre, y nos recibió con alegría, pues no nos había visto desde que éramos niños. Tenía dos hijos y una hija, a la que yo nunca había visto. La primera noche que pasamos allí, en la cena, su padre nos la presentó; y en cuanto la vi supe que esa era la mujer con la que quería compartir mi vida; para siempre, por toda la eternidad.

Anabelle Fraser era entonces una joven de veinte años; no especialmente hermosa si nos atenemos a ciertos cánones de belleza. Era delgada, en una época en que se valoraba más a las mujeres un poco más opulentas; y bastante menuda. De lejos, se la podría confundir con una niña, y de hecho puesta a mi lado, parecía más bien una muñeca. Su pelo era rubio oscuro y tenía los ojos azul grisáceo, y unos deliciosos hoyuelos en las mejillas cuando se enfadaba; lo cual solía suceder muy a menudo. Al ser la menor de los tres hermanos y además la única chica, se podría decir que estaba bastante malcriada; a lo cual no ayudó precisamente que su madre muriera de parto. Patrick Fraser, hombre gruñón y taciturno donde los hubiere, había depositado en las manitas de su hija recién nacida su corazón, por entero y sin reservas. No sabía negarle nada, ni tampoco sus hermanos. Por eso Anabelle tuvo acceso a una esmerada educación, en una época en la que muchas mujeres solo podían llegar a leer con dificultad. Ella siempre recibió lecciones de los preceptores de sus hermanos varones, y opinaba de todo, hasta de política. Cuando la vi me dejó anonadado; nunca me había encontrado con una mujer semejante; aunque había conocido otras damas sin duda más hermosas, si lo que se buscaba era una hermosura al uso. Pero no era eso lo que yo quería.

Aquella primera noche no cruzamos ni una palabra, excepto las meras frases de cortesía al ser presentados. Pero no le quité ojo de encima durante toda la cena, y sin querer ser presuntuoso, la sorprendí varias veces mirándome. No dormí bien aquella noche, y no fue por la incomodidad de la cama, sino porque no podía quitarme de la cabeza el rostro de Anabelle. Tenía que encontrar la manera de verla a solas al día siguiente; aunque sabía que aquello no era de ninguna manera lo más correcto respecto a la hospitalidad que mi anfitrión me había ofrecido. Pero será que la Fortuna se puso en aquella ocasión de mi parte; porque unas cuantas cosas se conjugaron para que al día siguiente pudiésemos hablar a solas.

La primera de ellas fue que al haber dormido mal, me desperté tarde y cuando bajé a desayunar, mi hermano y los dos hijos de Fraser se habían ido ya a cazar. Mi anfitrión tenía que reunirse con otros Lairds que acababan de llegar, y con los que debía de mantener un encuentro privado; y por tanto me pidió que le disculpase. Para hacerse disculpar, aún a pesar de que no fuese del todo adecuado, le pidió a su hija que me mostrase las tierras.

-No es lo más correcto, Alisdair, pero tu padre y yo éramos como hermanos, y se que a ti, como hijo suyo, le puedo confiar mi bien más preciado, que es mi hija.
-Desde luego, podéis estar tranquilo, Milord, vuestra hija estará completamente segura conmigo.
Los caballos ya estaban preparados, y Anabelle montaba perfectamente; algo que me sorprendió, porque no era lo que solían hacer las damas. No suelo carecer de recursos para enfrentarme a situaciones semejantes, pero, en honor a la verdad, me encontraba un tanto acobardado frente a esta jovencita que me miraba de reojo. Y ella se daba cuenta de mi estado de ánimo, porque fue quien rompió el hielo.

-¿Os incomoda acompañarme, Lord Mc Donald?
-Claro que no, Milady, ¿cómo podéis pensar eso?
-Por la expresión de vuestra cara, supongo. Yo diría que os encontráis incómodo.
-No, todo lo contrario. Pero si estoy sorprendido, he de reconocerlo.
-¿Sorprendido?-repitió deteniendo su caballo para mirarme a los ojos. ¿De qué? Si mi padre ha permitido que vayamos solos es porque conocía al vuestro, y porque sabe que sois un caballero.
-No-le rebatí. No es eso lo que me sorprende, sino encontrarme con una dama como vos.
-¿Y cómo soy yo? Vedme, dijo, adelantándose y haciendo girar a su caballo para quedar enfrente de mi. Tengo dos ojos, una boca, una nariz, dos brazos y dos piernas.
-Lo que me sorprende, y gratamente además, Milady, es que ninguna mujer a la que yo conozca respondería de esta manera a las preguntas de un hombre; con tal desparpajo.
-Decís desparpajo, pero creo que estáis pensando en descaro.
-No, señorita, cuando quiero decir algo, lo digo sin tapujos. He dicho desparpajo.
-Sabed, caballero, que no me gustan los hombres presuntuosos que piensan que una mujer debe estar siempre callada y a la sombra de su padre, su hermano o su marido. A mi me han enseñado a pensar por mi misma.
-Ya veo. Pero creo que no os han enseñado a ser algo más prudente con vuestras palabras.
-¿Y por qué debería ser prudente?-me dijo retándome con la mirada. Aunque sea una mujer, valgo tanto como vos, Milord, nunca lo dudéis. Mi padre lo sabe, y me ha educado para que fuese así.
-Compadezco a vuestro prometido-le dije para picarla y saber si en realidad estaba prometida. Y cayó en la trampa, como un pajarillo.
-No estoy prometida a nadie. Nunca me casaré porque mi padre me lo imponga; y de todos modos, él nunca haría eso.
-Pues quizá os quedéis para vestir santos si no cambiáis de opinión, Milady.

Me lanzó una mirada asesina y espoleó a su caballo para tomar ventaja sobre mi; pero aunque fuese buena amazona, no podía, ni en sueños, competir conmigo, y la alcancé rápido.

-Sois demasiado temeraria-le dije. Podríais partiros la cabeza corriendo de ese modo.
-Y vos un cretino insoportable. Este será el primer y último paseo que daremos juntos. Juro que no tenéis educación alguna. ¿En dónde os habéis criado? ¿ En una cuadra?
-No, Milady, en un castillo cerca de Inverness, con una madre que me educó de manera muy estricta y seguramente no aprobaría esta conversación que estamos manteniendo.
-Dice mucho de ella. Y vuestro padre ¿Qué opinaría?
-Seguramente que soy un maleducado, pero en todo caso, nunca lo sabrá. Murió ahorcado después de Culloden.
-Vaya, lo siento mucho-y de hecho creo que era verdad, porque su cara cambió. Siento un gran respeto por todos aquellos que murieron por la causa jacobita. Admiro profundamente al príncipe Carlos Eduardo.
-Será porque no llegasteis a conocerle y sabéis de él lo que cuentan las historias y las leyendas. Era un tipo bastante despreciable.
-No me lo puedo creer. Si vuestro padre os oyera, caballero, se removería en su tumba.
-No lo creo, Milady. Si se lo despreciable que era se debe a que mi padre le conoció muy bien, y aunque yo era muy pequeño cuando le mataron, tuvo la buena idea de contarme la verdad. Las leyendas son muy hermosas para contar alrededor del fuego en las noches de invierno, o para hacer canciones y poemas, pero no siempre son verdad.
-No me equivoqué cuando os vi por primera vez y pensé que a pesar de vuestra estatura y esos ojos verdes, no sois más que un gañán.

Pues si que empezábamos bien la relación. Sin embargo, me propuse que aquella jovencita malcriada acabaría casándose conmigo, aunque me haría falta mucha paciencia para domarla; porque estaba un poco asilvestrada; bueno era reconocerlo.
Beth26 de mayo de 2010

6 Comentarios

  • Voltereta

    Bien, manejas con maestria las situaciones y llevas al lector a donde tú quieres, la novela es interesante y hace que esperemos la continuación impacientes.

    Creo que tu escrito está cuajando, por lo menos en mí.

    Un saludo, lo seguiré con avidéz.

    27/05/10 12:05

  • Beth

    Y yo te lo agradeceré de corazón, porque escribimos para quienes nos leen. Un abrazo

    27/05/10 01:05

  • Nemo

    Que bien Beth!... te siento un poco más suelta y libre con este capítulo... Te sigo hasta el final!
    Saludos muchos!

    27/05/10 06:05

  • Beth

    Gracias, Nemo. Escribir, como todo, creo, es cuestión de práctica y perseverancia

    27/05/10 10:05

  • Mary

    Me gusto mucho este capitulo, la conversacion que tiene Alisdair
    con la joven me parecio muy divertida. La verdad es que admiro a
    escritoras como tu que saben captar la total atencion del lector.
    Espero con muchas ganas el proximo cap. Besoss.

    27/05/10 07:05

  • Beth

    Ay, lo de escritora me viene grande, pero gracias

    27/05/10 08:05

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