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La Real Orden de Las Perdularias 9

Precisamente cuando Laura se reincorporó a nuestro grupo después de la aventura fallida con el granjero, llegó también Anastasia. Para entrar en nuestra orden hacía falta venir avalada por alguna de las hermanas. Anastasia llegó de la mano de Luisa Fernanda; era una de sus numerosas primas y se había mudado a nuestra ciudad tras quedarse viuda después de treinta años de matrimonio. Confieso que conocerla fue para mi una sorpresa tan enorme que durante un tiempo temí que se me dislocase la mandíbula; tanto fue el tiempo que tuve la boca abierta, muda de asombro. Yo esperaba encontrarme con una especie de clon de nuestra amiga; es decir, una señora tradicional, que vistiese comedidos trajes de chaqueta y llevase moño o pelo corto; y que rezase el rosario cada noche en aras de la salvación del alma de su difunto. Nada más lejos de la realidad.
Anastasia ya no cumpliría los cincuenta; pero como diría mi madre, estaba de muy buen ver. Quienes, como yo, esperasen encontrarse una viuda doliente y llorosa, estaban muy equivocados. Aquella tarde la reunión se celebraba en mi casa y quien se sentó en mi sofá tapizado de florecitas en el más tradicional estilo inglés, era una especie de amazona alta y esbelta, vestida con una minifalda y botas altas, como de mosquetero, con una melena negra que le alcanzaba casi la cintura, los ojos oscuros realzados con khol y unos labios generosos pintados de rojo sangrante. Desde la primera a la última nos quedamos mirándola como pasmadas, mientras ella nos iba saludando una por una con su voz ronca y sensual. A la mayoría no nos gustó demasiado, justo es reconocerlo. Pienso que por educación y para dejarnos luego criticar a nuestro antojo, fue la primera en marcharse. Apenas hubo cerrado la puerta, me enfrenté, brazos en jarras, a Luisa Fernanda.
-¿De dónde la has sacado?
-Ya te he dicho que era mi prima. Acaba de quedarse viuda y como sus hijos ya tienen su vida, ha vendido su casa en el pueblo y se ha comprado aquí un apartamento.
-Ah, que encima es de pueblo-argumentó Sara Patricia en tono cáustico.
-Pues si. Bueno, en realidad ha vivido la mayor parte del tiempo en la ciudad, pero hace cinco años se mudaron al campo; sólo por su marido ella no quería.
-Ya, me imagino que en los pueblos es más difícil zorrear a gusto-señaló Leo, siempre tan practica.
-Oye, que es de mi sangre-la defendió Luisa Fernanda, muy digna, ajustándose el pañuelo de seda que llevaba al cuello.
-Pues quien lo diría, guapa-argumenté yo. No me gusta. Es demasiado…llamativa
-Y tiene las tetas operadas-adujo Leticia.
-¿Y tú como lo sabes?-preguntó la inocente Claudia.
-Nena, ya se nota que eres muy joven. A ninguna mujer de su edad, ni de la nuestra, si vamos al caso, se le aguantan en su sitio tanto tiempo. Es la inexorable ley de la gravedad.
-A saber las liposucciones que se habrá hecho-aventuró de nuevo Sara Patricia.
-No te digo que no, su marido era cirujano plástico.
De aquel primer vistazo lo único que sacamos en limpio es que a excepción de la pobre Claudia todas las demás la odiábamos a muerte, es decir, la envidiábamos. Se debiese al bisturí del finado o a la genética, lo cierto es que era más alta, más guapa y más despampanante que ninguna. Y eso no se podía consentir. Leo propuso darle una paliza y marcarle la cara; Sara Patricia abogaba por ponerle la zancadilla para que se rompiese una pierna o tal vez la cadera. Yo, que soy algo más sutil, era partidaria de putearla hasta que le saliesen arrugas, patas de gallo y unas canas que ningún tinte fuese capaz de tapar.
En la segunda reunión se presentó con un vestido de licra tan ajustado que a mi misma me quitaba la respiración, y la melena cual la de una leona en celo. Leticia me dijo en voz baja mientras preparábamos el café en la cocina que a ver que se pondría para una cita con un hombre cuando para verse con nosotras se vestía así.
-Tonta, más que tonta-le susurré pasándole la bandeja con las tazas. ¿Tú no sabes que realmente la mayoría de las mujeres nos vestimos para que las demás revienten de envidia? Al menos las malas.
-Ah, no lo sabía-confesó, sorprendida. ¿Tú también te pones esos vestidos de seda para fastidiarnos?
-No, mujer. Yo soy buena persona-dije, aviesamente, con algo de vergüenza al ver que ella asentía. Yo me visto así para verme bien en el espejo y sobre todo para que a mi ex le de un patatús cuando me encuentro con él por la calle.
-¿Y no es para encandilar a ese memo con el que hablas horas por teléfono?
Enrojecí de ira y de pudor a un tiempo. No acababa de acostumbrarme a tener una relación y quizá por eso ni siquiera sabía como referirme a él. ¿Se puede decir “mi novio” cuando entre los dos llegábamos casi a la centuria? Menudo bochorno me estaba haciendo pasar esta boba. Seguro que todas habían cotilleado a mi costa.
-Ya os he dicho que no hablo de mi vida personal.
-No seas así. Tú de mi lo sabes todo.
-No es culpa mía que padezcas de incontinencia verbal ni que te líes con semejantes desgraciados como para que luego tengamos que ir nosotras a salvarte, como si fuésemos el Séptimo de Caballería.
Y de un empujón la mandé directamente a la sala a que sirviese el café. Yo fui detrás llevando una bandeja de pastas que acababa de sacar del horno. Les había puesto doble medida de mantequilla y de almendras, a ver si esta guarra de piernas interminables se comía la bandeja entera y acababa como una foca.
Le serví personalmente el café y las pastas e incluso tuve la delicadeza de sonreírle de manera que pareciese angelical. Cuando ya ninguna de nosotras sabía qué tema de conversación sacar e incluso Luisa Fernanda estaba algo molesta, la prima empezó a soltar un discurso increíble con aquella voz que parecía sacada de una línea erótica.
-¿Y aquí no hacéis reuniones de tupper sex?
Todas las que en ese momento estábamos tomando el café tuvimos que taparnos la boca para no escupirlo directamente a la persona más cercana. No es que nosotras fuésemos unas puritanas, a excepción de Luisa Fernanda; pero nunca se nos había ocurrido tal cosa. Lo más pecaminoso que habíamos discutido era sobre el negocio de las porno chachas, que a mi me parecía muy rentable e incluso les propuse a estas memas montar una empresa. Yo estaba dispuesta a llevar la gerencia y las cuentas, y hacer publicidad; a limpiar no porque tengo mal la espalda. Pero ellas, que carecen de sentido comercial, se negaron en redondo.
Beth27 de marzo de 2012

6 Comentarios

  • Davidlg

    -No, mujer. Yo soy buena persona-dije, aviesamente, con algo de vergüenza al ver que ella asentía. Yo me visto así para verme bien en el espejo y sobre todo para que a mi ex le de un patatús cuando me encuentro con él por la calle.
    -¿Y no es para encandilar a ese memo con el que hablas horas por teléfono?

    jajajajajajajaja

    Muy bueno madre superiora; yo opinaría si tuviera la oportunidad (que no la tengo, lo sé bien), que deberían expulsar a la prima de la orden por el bien de la misma. Y caritativamente me ofrezco como voluntario para evitar que se les vuelva a acercar. Yo me sacrifico.

    Ya en serio amiga Beth, no imaginas cuanto disfruto de tu trabajo; a veces ando de poco animo y tú logras siempre sacarme una sonrisa. Gracias por todo, saludos, un beso y un abrazo enorme!

    28/03/12 05:03

  • Beth

    Querido David, si veo que la prima se pone demasiado impertinente, ya se a quien llamar...

    Y ahora sin bromas, me alegro mucho si te puedo arrancar una sonrisa. No se me da demasiado bien hacer reír, pues aunque tengo mucho sentido del humor, es tan caústico que solo lo entienden unos pocos. Pero contra el ánimo bajo, nada mejor que echarse unas risas. Un beso también para ti, y estáte atento a la prima, a ver si tenemos que actuar

    28/03/12 10:03

  • Buitrago

    jejejejeje que carrerilla mas buena lleva querida Beth
    un abrazo

    Antonio

    28/03/12 01:03

  • Beth

    Ellas, las perdularias, son las que acabarán haciendo carrera. Aunque miedo me da pensar en qué

    28/03/12 01:03

  • Danae

    Pues ... llegó quien faltaba ... jajajaj ...
    Me encanta esa nueva incorporación a las Perdularias, sobre todo por lo bien que has encajado en la historia su descripción y el relato de su no-encaje.
    Un enorme abrazo y un beso, querida Beth.

    16/04/12 10:04

  • Beth

    No todo iba a ir sobre ruedas, ¿no? Hay que poner algo de picante. Besos y gracias por leerlo

    16/04/12 11:04

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