Mi padre me enseñó muchas cosas, más que nadie. La primera fue el sentido de la lealtad, y otra cosa que me enseñó es que hay que ser siempre agradecido. Yo lo soy.
Y por ello hoy necesito darte las gracias. Por ayudarme a curar mis heridas; aunque necesite tiempo sé que la cicatrización ha comenzado. Y eso
ya es mucho.
Gracias por saber escuchar; pocos saben hacerlo. Gracias por no decir que conduzco como una abuela; estoy cansada de oírlo, sobre todo a mis hijos.
Gracias por compartir confidencias y dolores, por fingir que no has visto mis lágrimas e incluso por decirme que soy
complicada.
Cuando sea mayor
todavía más, quiero ser taoísta. Creo que eso ayuda mucho en el camino que es la vida. Pero me temo que tengo en mi todavía mucho de occidental y hay cosas que me pesan demasiado. Voy cargando con una mochila en la que un mísero paquete de azúcar me hace ya la carga insoportable. Sin embargo, no soy de las que se rinde. Aprenderé a llevarla y con el tiempo estoy convencida de que pesará menos. Y cuando eso pase en buena medida debes saber que será gracias a ti.
Y gracias por hacerme sentir bien cuando me colocas el pelo. Nunca lo tengo en su sitio. La cabeza, me temo, tampoco. Pero no sé si me apetece tenerla. Cierto grado de locura hace la vida más soportable.
No sé de quién es esa frase que dice cuando te enamores, que sea de una mujer loca; solo ellas saben amar con locura. Las cuerdas
atan.
Pues eso