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Mientras Llega MaÑana 19

Querida Úrsula:

Mi abuela apenas pudo estudiar; eran otros tiempos y las mujeres no estudiaban apenas. Ella fue afortunada por poder ir a la escuela hasta los trece años. Luego aprendió a coser con dos chicas mayores del pueblo. Cada día, en invierno y en verano, se levantaba al amanecer y recorría caminos pedregosos, al frío o al sol inclemente, llevando encima de la cabeza una vieja máquina de coser portátil. Era la aprendiza, y por tanto a ella le correspondía transportar la herramienta de trabajo; aunque fuese la más pequeña y la más débil. Cada vez que las llamaban de una casa, pasaban allí al menos tres o cuatro días, cosiendo y arreglando la ropa de toda la familia. Se quedaban a comer y a dormir en la misma casa durante todo el tiempo; y a menudo las raciones de comida eran escasas y llegaban ya frías, cuando todos los demás habían comido. Durante el primer año no le pagaron absolutamente nada; y agradecida debía de estar por que se le permitiese aprender un oficio. Flora era hábil y despierta, y en dos años la costura no tenía ningún secreto para ella. En cierto modo, debía considerarse afortunada, porque el saber coser la eximía de realizar otras tareas, como labrar la tierra o cuidar del ganado, que era bastante más duro. Al menos su trabajo se hacía a cubierto.
Aunque no había frecuentado mucho la escuela, siempre respetó profundamente el mundo de la cultura y se esforzó lo que pudo para que sus hijos aprendiesen todo lo posible. Mi madre era inteligente, y por eso, con bastante esfuerzo, sobre todo por parte de mi abuela, estuvo un año en la ciudad y aprendió a escribir a máquina y rudimentos de contabilidad. ¿Recuerdas haber visto en casa fotos de cuando la abuela era joven? Ahora mismo se me viene a la mente una foto que le hicieron el día que cumplió veinte años; era una foto de estudio, y parecía una actriz de cine: la cintura estrecha, un precioso vestido que le quedaba como un guante, y unos hermosos ojos verdes que hacían que resaltase su pelo castaño y rizado. Se parecía bastante a tu bisabuelo, y ya te he dicho que él era un hombre muy guapo. No se mucho de cómo conoció a Luís, pero si que fue en la ciudad, cuando ella estaba trabajando en un almacén, llevando la contabilidad. Creo recordar que Luís era amigo del hijo de su jefe, y que la vio por primera vez en la oficina del almacén. Tu abuela siempre me contó que fueron novios durante dos años, pero no se si me dijo la verdad; a la luz de cómo fueron luego las cosas. Supongo que cuando se casaron estaban enamorados, y como todos los jóvenes, pensaron que eso era para toda la vida. Con el tiempo, atando cabos y manejando muchas fechas, llegué a la conclusión de que el accidente de coche debió de ser cuando llevaban poco más de dos años casados. Nadie me explicó nunca cómo había pasado exactamente; lo único que se es que conducía mi madre, y que mientras Luís se quedaba de por vida condenado a una silla de ruedas, ella salió prácticamente ilesa; tan sólo se rompió un brazo y tres costillas. No se tampoco si ya entonces tenían problemas en su matrimonio o si todavía se llevaban razonablemente bien; pero de todos modos un suceso de tal calibre a la fuerza tuvo que influir en su relación.
La parte que luego te voy a contar es complicada, y por eso prefiero dejarlo para más tarde, pues he de poner en orden mis recuerdos y las pocas cosas que me han contado.
Entretanto, nunca olvides lo mucho que te quiero.
Aquel lunes por la mañana empezó mi particular vía crucis y traté de enfrentarlo de la mejor manera posible. Hay dos maneras de entender la realidad que el destino nos reserva: cerrar los ojos y meter la cabeza debajo del ala, como el avestruz, o tomar el toro por los cuernos y decidir plantarle cara a lo que tenga que venir. Yo elegí la segunda, y no porque me sobre el valor ni porque sea especialmente fuerte, sino porque mi vida había cambiado en las últimas semanas y quería seguir viviendo; sentía necesidad de ir más allá, de buscar un nuevo camino. Estaba ajustándome el turbante frente al espejo cuando Daniel tocó a la puerta de mi cuarto. Le mandé que pasara.
-El coche está ya en la puerta, Nefertiti.
-Te he dicho que no me llames así, no me hace gracia.
-Ah, lo siento. No puedes controlarlo todo. Vamos, llegaremos tarde y tu hermano se va a enfadar.
Cogí el bolso y salimos a la fría mañana de marzo. Faltaba poco para la llegada de la primavera, pero seguía haciendo bastante frío, y aunque en algunos árboles asomaban tímidos brotes verdes, el invierno no se había ido del todo. Bien es verdad que a medida que avanzábamos, la primavera se hacía más presente, porque mi casa está en lo alto de la montaña, y el buen tiempo se hace más de rogar. Cuando estábamos llegando a Coruña, abrí la ventanilla del coche, y Daniel me preguntó si es que quería que los dos pillásemos un resfriado.
-Quería sentir el olor del mar. Ya cierro.
Respiré hondo intentando calmarme un poco. El corazón me latía bastante acelerado y notaba que me costaba respirar.
-¿Estás bien?-me preguntó, mirándome de reojo.
-Si, supongo. Bueno, tengo miedo, para que nos vamos a engañar. Me siento como si me llevasen al patíbulo.
-No será tan terrible, ya lo verás.
-Tengo miedo a después, a cómo me sentiré-le aclaré.
Diego nos había dado una tarjeta para poder entrar en el garaje de la clínica y dejar allí el coche, porque a veces era difícil encontrar aparcamiento en los alrededores. Cuando subíamos en el ascensor, me ví reflejada en el espejo y por un momento me sobresalté porque me parecía que esa mujer de aspecto exótico, con un turbante verde y angulosos pómulos nada tenía que ver conmigo. Mi hermano nos estaba esperando y nos acompañó a la sala donde me darían el tratamiento. Como iba a durar bastante, le dije a Daniel que se marchase a tomar un café, pero no quiso. Se había traído el portátil y le preguntó a la enfermera si había problemas en que lo usase. Me pincharon la vena y empezaron a llenarme de veneno el cuerpo con la idea de acabar con los restos del monstruo que todavía anidaba en mi pecho. Cerré los ojos, y me dejé llevar, simplemente intenté vaciar mi cabeza de pensamientos y preocupaciones. Diego me había dicho que seguramente tardaríamos un par de horas o un poco más. Daniel me apretó la mano, y me dijo al oído que intentase dormir. Oía la leve presión de sus dedos sobre el teclado, y los pasos de la enfermera que se acercaba cada cierto tiempo a vigilar el proceso. No sentía nada especial, quizá un leve hormigueo en el brazo y la molestia de no poder moverlo libremente. Pero no me sentía mal, sino todo lo contrario; como ligeramente amodorrada, en ese estado en que nos quedamos cuando estamos demasiado cansados para conciliar un sueño profundo, pero tampoco somos capaces de mantenernos despiertos del todo.
Al final, debí de quedarme dormida, porque cuando abrí los ojos, la enfermera me estaba sacando la vía del brazo y poniéndome esparadrapo y gasa en el lugar donde me habían pinchado. Me preguntó cómo me encontraba, y le dije que bien, quizá algo mareada por haber estado tanto tiempo tumbada. Daniel me ayudó a levantarme, y salimos para hablar con Diego antes de marcharnos a casa.
Estaba en su despacho, esperándonos.
-¿Cómo ha ido?-me preguntó
-Bien, creo. No noto nada raro, estoy como siempre.
-Mejor entonces. Es probable que te sientas más cansada de lo normal, y si tienes náuseas o vomitas, no te preocupes ni le des demasiada importancia, porque es normal. Son efectos secundarios desagradables, pero normales.
-¿Cuándo me darán la segunda sesión?
-El jueves, como habíamos pensado. Te llamaré mañana por la mañana para ver cómo te ha ido.
Me abrazó y ya nos íbamos cuando Daniel le dijo que no se preocupase, que él estaría pendiente. Diego le sonrió. Y yo me pregunté de qué manera debía tomarme las cosas. Aunque me agradaban las atenciones de Daniel, era consciente de que no tenía derecho a ellas. ¿Qué relación teníamos? ¿Éramos amigos, compañeros de casa? Pero ni eso podría justificar todas las molestias que se estaba tomando conmigo. Pensé que tendría que hablar con él, porque cuando me mudé a vivir allí nunca había sido mi intención cargarle con la responsabilidad de ocuparse de una mujer enferma a quien apenas conocía.

La tarde anterior había tenido la precaución de cocinar para varios días, y por eso al llegar a casa lo único que tuve que hacer fue calentar la comida en el microondas. Notaba como Daniel me vigilaba, cómo estaba al acecho de cualquier cambio; pero de momento me encontraba bien, aunque cansada porque la noche anterior había dormido muy mal, es decir, apenas había podido pegar ojo. Después de comer me acosté en el sofá del salón, tapada con una manta y adormecida por el rumor de la televisión, que había puesto simplemente para que hiciese algo de ruido. Daniel estaba en su cuarto, supongo que escribiendo. Dormí un par de horas, y cuando me desperté y entré en la cocina, le encontré preparando café para los dos. Puso mi taza encima de la mesa, con unas galletas que había horneado el día anterior.
-Después de que acabes de merendar, iremos a dar un paseo-me informó.
-¿Ah si? ¿Y quién lo ha dicho?
-Lo digo yo, pero es lo que tu hermano recomendó el otro día. ¿No te acuerdas?
Le miré de reojo; no sabía si debía estarle agradecida o enfadarme porque me tratase como a una niña pequeña, así que me limité a quedarme callada. Salimos diez minutos después, bien abrigados para enfrentar la tarde húmeda y brumosa.
-Pero que sea corto, el paseo, estoy cansada.
-Tranquila, no vamos a correr una maratón.
-Daniel, ¿por qué lo haces?
Se quedó mirándome, sonriendo ligeramente, y me hizo un gesto para que me apoyase en su brazo.
-Dí, ¿por qué haces esto?-le pregunté de nuevo.
Se tocó la barba; un gesto que solía hacer cuando estaba pensativo o cuando, como ahora, dudaba qué decir. Le sacudí ligeramente el brazo en el que me apoyaba, apremiándole a que me contestase.
-Porque quiero, porque me da la gana.
-Esa es la contestación que daría un niño pequeño. Espero algo más; tiene que haber una razón.
-No siempre las cosas se hacen por una razón-adujo él, sonriendo.
-No te escabullas. ¿No entiendes que me siento mal, que me hace sentir incómoda tu atención? Hace ya muchos años que nadie se preocupa por mí, no estoy acostumbrada a esto.
-Entonces, el problema está en ti, no en mí. A ver, Nefertiti, las cosas no se hacen por que haya razones para ello, sino porque uno quiere hacerlas. Ya se que hace poco que nos conocemos, pero hay algo especial en nuestra relación. No me digas que tú no te has dado cuenta.
Me detuve, porque estaba cansada, pero también porque quería mirarle a la cara, aunque me fuese difícil hacerlo. El me levantó la barbilla, y clavó en mí sus ojos claros.
-Me gustas-me dijo. Es muy pronto todavía, ya lo se, pero siento algo especial por ti, algo que hacía mucho tiempo que no sentía.
-Daniel, voy a hacerte una pregunta bastante simple.
Me animó con un gesto a que siguiera hablando.
-¿Cuántos años tienes?
-Cuarenta y dos-me dijo. ¿Encuentras que me conservo mal?
-Yo tengo cuarenta y siete, por si lo quieres saber-le dije, muy seria.
-¿Y qué? Eso significa que llevas cinco años más que yo en este mundo.
-No te hagas el gracioso. Soy una mujer mayor y tengo cáncer, y estoy en trámites de separación de un hombre con el que he pasado media vida. Mi experiencia amorosa, si olvidamos mi matrimonio fracasado, es nula. ¿Crees que es un buen bagaje para enredarme en un lío?
Se echó a reír a carcajada limpia, durante varios minutos. Y yo cada vez me iba enfadando más, pues a tanto llegaba su risa que estaba literalmente llorando. Cuando pudo parar, se limpió los ojos con un pañuelo y me miró, intentando mantenerse serio.
-Si ya te has reído bastante de mí, podemos seguir hablando.
Me acarició la cabeza por encima del gorro, como lo haría con una niña pequeña.
-Perdóname, Nefertiti. Pero es que eres la mujer más graciosa que he conocido nunca. No me reía de ti, sino contigo, que es bastante diferente. O sea, que si tú eres cinco años mayor que yo, no hay nada que hacer, no podremos nunca tener una relación porque sería un sacrilegio que una señora mayor se enredase con un jovenzuelo. Cinco años no son nada, mi querida señora burguesa; pero es que aunque fuesen veinte tampoco importaría, si vamos al caso. Y la segunda pega, déjame que recuerde; ah, si, que tienes cáncer; y eso supongo que te imposibilita para enamorarte, ¿no? Y como además has estado casada más de veinte años con un capullo que no ha sabido apreciarte, debes estar condenada, lo que te quede de vida a la soledad. Déjame que te diga que eres bastante absurda.
-No lo soy-le dije, enfurruñada.
-Lo eres. ¿No sientes nada por mí?-me preguntó mirándome fijamente a los ojos. Yo no pude mantener su mirada. Pero él me apretó la mano, esperando una contestación.
-No lo se, llevo tiempo negándome a mí misma muchas cosas en relación a ti, si tengo que decir la verdad.
-Bueno, no quiero presionarte. Ahora hay cosas más importantes. Así que tómate el tiempo que necesites, porque no hay ninguna prisa. Yo se perfectamente lo que siento, pero dejaré que te acostumbres a la idea, que lo medites. Y ahora, disfruta del paseo, y deja de preguntarte cosas. ¿Por qué no aprendes a tomar la vida como viene y dejas de intentar razonarlo todo?
Me rendí, tal vez porque en mi interior sabía que tenía buena parte de razón.
Beth17 de marzo de 2011

6 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    "Hay dos maneras de entender la realidad que el destino nos reserva: cerrar los ojos y meter la cabeza debajo del ala, como el avestruz, o tomar el toro por los cuernos y decidir plantarle cara a lo que tenga que venir".

    "¿Por qué no aprendes a tomar la vida como viene y dejas de intentar razonarlo todo?"

    Amita me gusta la actitud frente a la vida de ambos personajes.
    Ya te extrañaba. Que alegría verte de nuevo. Me has tenido sin comer varios días jejejejeje
    ¿Quiero mi quiche?

    Saludos afectuosos.

    Serge.

    17/03/11 02:03

  • Beth

    Perdona, mi querido gatito. Es que estoy en mi tierra, en las húmedas brumas del norte, y me tienen secuestrada en la cocina, haciendo quiches para toda la familia. Pero te he guardado tu porción. Cariños a mi gatito perdulario

    17/03/11 11:03

  • Vocesdelibertad

    Beth:
    Estoy segura que te enamoras de tus personajes, pero es que Daniel es impresionante!! directo!! fulminante!! y el consejo final de los mejores!
    Abrazos

    18/03/11 06:03

  • Beth

    Si, Daniel es uno de mis personajes favoritos y creo que nunca en la vida me desenamoraré de él. Hasta mi madre y mi abuela han caído en sus redes, no te digo más. Besos

    18/03/11 10:03

  • Endlesslove

    " No me reía de ti, sino contigo, que es bastante diferente" lo has llenado de tanto amor a este hombre, es que parece de azucar, me encanta lo que dice, ah ya lo había dicho jejeje
    sigo...

    11/09/11 01:09

  • Beth

    Lo que me gusta de él es que aún siendo casi de azúcar, como dices, demuestra su amor mas que con palabras, con hechos.

    11/09/11 06:09

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