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Un Gesto 4

El la miró de reojo. Sabía que le estaba ocultando algo; la conocía igual que a sí mismo; y esa mirada huidiza…ella que siempre miraba de frente. Pero no quiso agobiarla con preguntas porque sabía que tarde o temprano, y seguro que más temprano que tarde, se lo contaría todo. Era incapaz de mantenerle algo oculto más de un día. Por eso decidió mantenerse a la espera; sabía que no le contaría nada hasta que llegasen los chicos y hubiesen cenado. Estaba seguro que sería luego en la cama, cuando se quedasen solos. Y sabía también de qué manera lo haría, porque siempre era lo mismo. El la abrazaría, ella recostaría la cabeza y empezaría a trazar círculos y líneas imaginarias con el dedo índice en su pecho, haciéndole cosquillas, hasta que al cabo de un par de minutos le diría en voz baja “tengo que contarte algo muy importante”. Y quizá lo importante se redujese a algo completamente banal; pero ella era así, exagerada siempre, excesiva en sus sentimientos e incluso a veces en la manera de expresarlos. Era de las pocas personas capaces de pasarse el día toqueteando y abrazando a la gente sin pasar por cargante. Quizá el secreto fuese que lo hacía con el corazón.
-Si no nos damos prisa no tendremos nada que darles de comer cuando lleguen-le dijo, colocándose bien el pelo y separándose de él para sacar de los armarios lo necesario para empezar a cocinar. Yo tengo que hacer tres tartas todavía y tú tienes que empezar ya con el cordero o se lo tendrán que comer crudo.
-¿Para qué tres tartas?-le preguntó poniéndose también en marcha.
-Pues porque a Cayetana y a sus chicos les gusta la de queso; a su marido Luís y a todos los demás la de manzana. Y a Laura, tu nuera, la de chocolate. Menos mal que la peque todavía no elige y se limita a la teta de su madre.
-Les tienes muy consentidos.
Ella se encogió de hombros. Puede que así fuera pero no le costaba nada darles estos pequeños caprichos cuando podían reunirse todos. Era cierto que cada vez les resultaba más trabajoso preparar un festín como aquel, pero a los dos les gustaba cocinar y se repartían el trabajo; ella los postres y él los dos primeros platos.
Trabajaban bien juntos en la cocina. Precisamente el gusto por cocinar era una de las cosas que les había unido y todavía ahora les seguía uniendo, aunque aquella tarde Iris se dio cuenta con pesar de que ahora a los dos les costaba más hacer el trabajo que antes realizaban casi sin darse cuenta. Ella personalmente cuando metió en el horno la última de las tartas estaba completamente agotada y sólo pensar que todavía se tenía que bañar, arreglarse y luego poner buena cara delante de su numerosa familia le parecía una tarea ímproba ante la cual los doce trabajos de Hércules se quedaban como cosa sencilla.
Beth09 de enero de 2014

2 Comentarios

  • Albasilencio

    bonito escrito, un retrato de cualquier familia en cualquier celebración.
    Es un encanto leerte.
    saludos.

    09/01/14 08:01

  • Beth

    Espera a ver cómo acaba la fiesta... esperemos que no se líen a tortazos. Un abrazo guapa

    09/01/14 09:01

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