Nos sentamos en aquel taburete rojo y empezaste a tocar alegres corcheas, poco a poco me incorporé a aquella agradable melodía que tú me enseñaste. Todo iba bien, íbamos al tempo en aquella partitura que escribíamos a ritmo allegro. Tú me enseñaste a amar aquella melodía y me ayudaste a entender que lo que quería hacer en mi vida era continuarla. Pero de pronto bajaste una octava y rápidas semicorcheas empezaron a sonar, aquello era demasiado rápido para mí, no me lo esperaba y aturdida me perdí. Entonces la nota más grave del piano sonó con un largo calderón que para mí fue como si se detuviera el tiempo. Pero el compás seguía avanzando, el tiempo no se detenía y lo estaba llenando de tristes silencios, estaba estropeando nuestra sinfonía. Ya no era a cuatro manos y debía continuarla yo sola aunque me diera miedo, pero sabía que querías que continuase y que algún día enseñara una melodía como aquella a alguien dispuesto a amar la música tanto como tú y yo. Tímidas notas empecé a tocar y poco a poco fui pasando de piano a mezzo piano para intentar llegar finalmente al allegro que un día iniciamos y que ahora sabía que era mi destino.
Gracias por haberme enseñado todo lo necesario para poder hacer mi propia sinfonía. Para mí no fuiste solamente una profesora de música
fuiste una inspiración para mi futuro.
