¿Quién dijo que la inocencia fuera propia de los niños? Un simpático ejercicio se puede convertir para ellos en una auténtica declaración de guerra
Aquel día de 1999 pensar demasiado me acarreó un buen disgusto
"Tenéis que dibujar a vuestros mejores amigos y después colorearlos y ponerles el nombre debajo. Cuando acabe la clase los recojo"- ese fue el preludio de mi primera tragedia griega en lo que a desengaños amistosos se refiere.
Todos comenzamos enseguida a abrir los estuches, y a sacar punta a los plastidecors (ceras de colores), y cuando por fin me senté en el pupitre me di cuenta de algo: ¿Y si mi demostración de amistad no era correspondida? ¡Enorme conflicto para un estudiante de 7 años! Según mis observaciones todo marchaba sobre ruedas: Marta, Víctor y Álex habían sabido plasmar mi belleza(con mayor o menor acierto); Todo iba bien hasta que mi vista se posó en el papel que más me importaba, el de mi mejor amigo, Roberto. Inspeccione aquel papel de izquierda a derecha y de derecha a izquierda varias veces
pero no, seguía sin aparecer en él mi corte de pelo a capa.
Sin saber en qué consistía la persuasión la llevé a cabo, repitiendo una y otra vez un eslogan del que mi mente jamás se desprenderá: No dibujes a quien creas que te ha dibujado, que a lo mejor no te ha dibujado a ti. Volví con la cabeza bien alta al sitio que me correspondía y dibuje a Marta, Víctor y Álex, no sin haber parado para sacarle punta a mi lápiz, la rabia me hacía apretar demasiado y la consecuencia eran unas líneas demasiado gruesas, seguidas de un coloreado que, como era normal en mí, se salía del trazado que le correspondía.
Aquel día de 1999 pensar demasiado me acarreó un buen disgusto
y un Regular-Mal en mi expediente académico en Educación Primaria.
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