Mirada del averno, espíritu voraz y disidente, ¿Cómo negar mi vida a aquel ser irresistible que da todo de sí y aún así sigue en pie? Aquel alma en pena que por las calles solitarias de una noche calurosa el aguarda bajo la tenue luz de faroles simplones, aquel ser desdichado con una empatía dudosa, un ser sin la tristeza de ser feliz, un ser capaz de doblegar los flujos anímicos ajenos con un par de palabras, esa presencia ambivalente y enervante, que con total negligencia y arrogancia poseída con los años, es capaz de desechar hasta el más funcional de los individuos que tiene pertenencia en un circulo social donde él acecha, porque es el sátiro de la impulsividad y las falacias, el lucero de una oscuridad gélida.

En dicha vida aburrida, el sátiro de la impulsividad, se regocija en el sufrimiento de terceros, un movimiento de péndulos sedentarios en donde el más débil es el más indulgente para ese lucero de una noche oscura que, con total júbilo, tiene la paciencia de mil Dioses puesta sobre si, con un único objetivo fijado con vista de halcón, provocar las hemorragias de incertidumbre en seres inocentes.

Aquella sombra iluminada por un soleado amanecer, cuyo combustible para la trascendencia es el dolor de pensamientos débiles y pusilánimes, lo volvió a hacer, enterrar en la foza del olvido a otro recuerdo que funcionará como reflejo de un futuro oscuro, domando los caballos de una crueldad eterna, galopando por los valles de una falsa amabilidad.

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