Mi abuelo,
porque solo tuve uno.
Era un hombre pequeño,
sus manos de tierra
eran ásperas y seguro,
que sabían a barro.
A veces creo,
al cerrar los ojos para
recordarlo,
que nació con boina
y con gallado,
anciano y callado,
menos a la hora de cagarse
en Dios y uno por uno,
en todos los santos.
Bajo la sombra
de una gran morera,
mi yayo me contaba historias,
también leyendas y algo,
no mucho,
de una guerra sin buenos
y sí, mucho malo.
Mi abuelo no lloraba,
era de hierro,
o puede,
que de piedra.
Así era aquel hombre pequeño,
aquel señor de campo,
que aprendió a vivir
porque imitó al diablo.
Hasta el hierro
y la piedra se erosionan,
& el yayo murió una noche negra,
una más, de todas aquellas.
Y la sombra de la morera
que pese a la pena seguía allí,
jamás volvió a ser la misma.
Aquel, era así como otro sentir,
no me acostumbré y sencillamente,
dejé de ir.
Me gustó tu poema Antonio, me recordó a mi abuelo. También era un señor de campo, dormitaba en las tardes de verano bajo la sombra de una morera.
Un saludo.
¡Qué gran poema!¡Qué gran recuerdo! Se mueven en mi memoria imágenes que yacían dormidas, porque recordando a tu abuelo, a much@s nos has hecho recordar, con cariño, los nuestros.
Un saludo cordial.