Ladraban, era como un eco incesante
que llegaba desde todos los lados de la noche.
Erizaban la piel y hacía sudar al miedo.
Sin clemencia, los ladridos
se hacían más feroces y cercanos.
Rezaba de memoria para que fueran una pesadilla,
suplicaba mi carne hacia adentro, evitando gritar
por no despertar la ira de sus almas,
el martirio de mis palabras
y la estupidez que siempre ofrece la espalda.
Hacia viento y frío, pero no había olores en ellos.
Estaban como mi lengua hoy,
saturada de excusas indecentes,
de odio bastardo, infartos callados y polvos fingidos,
y aún así, siguen sus ladridos hiriéndome vivo.
Siempre seré la oveja negra,
jamás, el amo que pasa la rosca.
Demasiado cobarde o humano, demasiado insensato.
Siempre, junto mío, algún demasiado,
ya sea caliente o helado, sobre la tierra o enterrado.
denaturalezatocapelotas.blogspot.com
Como siempre un lujo leerte.
Un abrazo amigo.
Pol.