Tierra, tan humilde, tan austera,
la que sigue enterrando hombres
y con ellos, sus añejas miserias.
Sin soltar una lágrima,
sin dibujar una sonrisa,
sin abrir las alas y haciendo de todo,
nada.
La he cogido en mis manos,
se me ha metido entre las uñas.
En mi carne anduvo su inocencia,
bajo mis piernas, fue presencia.
Pero es en su sangre, aquello que fueran fronteras,
donde se llena de ruidos, y de ayeres,
y de consciencia.
Unos la pisan, otros,
apenas la rozan con las puntillas.
Ni buenos ni malos,
ni ricos o, pobres desgraciados.
Para ella, somos lo que somos,
parásitos. Vulgares, infames, tontos.
En su piel
seguimos alojados.
Bien vivos, bien muertos,
por los siglos de los siglos
que son hambre y serán suspiro,
de dioses inexistentes
y ancianos falsos y profundos.
Polvo al polvo
y para el mañana un hoy.
Porque temer no temo
más que al hombre cazurro
y con sueños.
A ella, entregarme quiero
cuando llegue la hora
y digan es el momento,
para, con los brazos abiertos,
hacerme entero y en algunos,
un corto pero amable sueño.
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