Por esa mirada que en mí penetraba
de aquella niña triste y solitaria.
Ya la pelota no botaba,
ni al ritmo del columpio
se balanceaba.
Cómo una vieja sentada
en la puerta de su casa.
Que todo aquel que pasaba
ella miraba.
Con su pelo que se volvió blanco
los años no la aguardan.
Y esas manos arrugadas
ya cansadas.
Sus ojos grises
ya no brillaban
de aquel verde oliva
que en su juventud
tantas miradas capturaban.
Ni la ciudad se libraba
de esos años
que nada perdonan
de su tiempo, de su estancia.
Pero el sol es el mismo,
el mismo que alumbra
la misma plaza.
En ese banco
que tantas historias
a quién se paraba
contaba.
Ya sólo son cuatro patas,
cuatro patas de hierro
ya casi oxidadas.
Desde la muchedumbre
que con prisa anda,
yo escribo,
a quién no se detiene
a los que en la calle cantan.
Al que dibujan el rio
que aguas antes llevaba.
Ese río que se secó
pues los años
no perdonan nada.
A quienes permanecen
desde una existencia mutida,
a los que antes por aquí caminaban.
A los que callan,
a los que no escuchan
a quienes no hacen nada.
Las palabras que fueron asesinadas
que su significaron
nadie dió,
por bien interpretadas.
Y ahora sólo son olvido
Que vinieron y marcharon
soñaron,
y sólo fueron nada más que olvido ...
Olvido en hojas amarillentas
que el tiempo aún así,
las conserva ...
