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El Gusano de Luz 01 de enero de 2010
por canteiro
El sol, semejante a una enorme rueda anaranjada a punto de esconderse entre las lejanas montaas, lanza hacia la tierra sus ltimos rayos que, durante aquel caluroso da de junio, han tostado torsos y espaldas en las cercanas playas repletas de gentes ansiosas de broncear la enfermiza palidez del pasado invierno.
Luis, desde su silla de ruedas, mira hacia la cercana boca del tnel por donde asomar, en pocos minutos, su enorme nariz metlica la locomotora que arrastra tras de s una larga hilera de vagones. Cuando la tarde ya cae, las amarillentas luces de los vagones convierten el convoy en un largo y zigzagueante gusano de luz. l, desde que tiene memoria, siempre lo ha llamado as...
Desde que tiene recuerdos pocos debido a su corta edad!, ha esperado la aparicin del tren apostado en aquella atalaya de lona y acero a la que est condenado desde su nacimiento. No se siente desgraciado por ello pues, sus pocos aos, no le permiten hacer reflexiones filosficas sobre lo que los mayores califican como desgracia o felicidad. Todo resulta an demasiado abstracto para l.
Impaciente, deja el libro de cuentos sobre la hierba, para poner de nuevo toda su atencin en la boca del tnel. Ms de una vez, dejando volar su fantasa infantil, ha identificado la imagen del convoy con los personajes ms inverosmiles: gigantes que persiguen a sus vctimas por la caada; un gusano de luz que crece enormemente segn su cuerpo luminoso sale del tnel; un dragn que echa fuego por sus fauces
El agudo silbido de la locomotora le anuncia la entrada del convoy por la parte opuesta de la montaa. Unos minutos ms, y el espectculo de cada da se convertir en acontecimiento festivo para l.
La negra cabeza del enorme gusano de luz, echando negro humo hacia el cielo, emerge de las oscuras entraas de la montaa, saludndole con un fuerte silbido. Sus piernas, aquellas extremidades faltas de savia como las ramas del viejo roble que muere en la hondonada, parecen recobrar vida para elevarlo de su silla de ruedas.
La larga hilera de vagones se esfuma rpidamente, para dejar la caada en completo silencio. Solamente el canto de un pjaro en el cercano robledal, parece querer despedir las ltimas luces del atardecer.

***
Entre las enmohecidas vas, se amontonan matojos y zarzas que crecen por doquier. Han pasado muchos meses desde que Luis vio pasar el gusano de luz por ltima vez. Una nueva lnea frrea, ms cercana a la costa, ha dejado inutilizada su fuente de sueos y fantasas infantiles. Las salidas al jardn se producen ahora muy raramente. La nica razn de permanecer en l, horas y horas, ha desaparecido...
Se siente culpable sin saber la razn Habr hecho algo que no debiera?, se pregunta. No deja de pensar, una y otra vez, en el compaero de sus juegos fantsticos que, todos los anocheceres, llegaba puntualmente a la cita, anuncindose con su fuerte silbido y el largo y negro penacho de humo.
El gusano de luz para Luis siempre lo ser!, sigue saliendo de las entraas de la tierra, pero lo hace por otro tnel, en la parte opuesta de la montaa mucho ms cercana a las playas. Marcha resoplando y cargado con gentes que llevan sombrillas como grandes setas multicolores, cestas con comida, flotadores y toallas de colores chillones. Nada ms detenerse en la nueva estacin, una riada humana parece desbordarse hacia las blancas arenas de las playas.
Cuando el viento sopla del norte, Luis puede or el lejano silbido de la locomotora. En lugar de alegrarse como antao, se pone muy triste. Sabe que el gusano de luz no asomar su brillante nariz metlica por la boca del tnel, all en la hondonada, bajo sus inmviles pies.
Segn pasan los das, su delgadez se acenta al mismo tiempo que su humor empeora. Sus padres han llenado su cuarto con los ms diversos juguetes: un ordenador con muchos juegos y un tren elctrico con todo su entramado de vas y estaciones. En pocos das, el ordenador dej de ser utilizado y el tren qued aparcado en una de las estaciones. Nada ni nadie puede suplir al gusano de luz. Ningn juguete de los que tiene se mueve, silba o echa humo como l...
Otro verano comienza y, con l, el xodo masivo de gentes que buscan en las orillas de la mar la paz que la ciudad les niega.
Luis, sentado en el jardn, contempla el paisaje a su alrededor. Su mirada, siempre termina en la negra boca del tnel que, cada da un poco ms, est siendo ocultada por las zarzas que crecen en lo alto de la montaa y caen como verde cortina sobre el agujero por donde siempre haba asomado su negra y humeante nariz el gusano de luz.
Siente unas enormes ganas de empujar su silla de ruedas hasta la hondonada para, adentrndose en el oscuro tnel, buscar al gusano de luz en su madriguera. Quiere saber dnde est y la razn de su larga ausencia.
Sin casi darse cuenta, apoya sus pequeas manos sobre las ruedas y, empujando con fuerza, va bajando por el angosto sendero del jardn hacia las herrumbrosas vas.
Sudando, como nunca lo ha hecho, se encuentra en el estrecho sendero paralelo a la va del tren. Contina empujando en direccin a la boca del tnel, hasta tropezar con la verde cortina que cubre su entrada. Las zarzas y las hiedras, entrelazadas como formando un verde y caprichoso tapiz, parecen querer impedirle el paso. Siente un poco de miedo, pero el deseo largamente acariciado de ver de nuevo al gusano de luz, puede ms que sus infantiles temores.
Cuando traspasa el verde tapiz, le llega un fuerte olor a humedad. Las fras gotas que caen del techo del tnel, le hacen dudar... Piensa en retroceder, pero la tenue claridad al fondo despierta en l nuevos y ms fuertes deseos por continuar la marcha.
No sabe cunto tiempo lleva rodando por el tnel. Su nico deseo es llegar al lugar donde se ve, cada vez ms cercana, una claridad que parece invitarle a seguir
Calado por completo por el sudor del esfuerzo y por las enormes gotas que caen del techo sin cesar, continua la marcha...
Ahora, se encuentra casi al final del tnel y puede ver el otro lado de la montaa. Es la primera vez que contempla aquel paisaje lleno de verdor. Los robles y los lamos, brillantes sus hojas por el fuerte sol del medioda, parecen un mar cuyas olas se mueven lentamente con la brisa del atardecer. La mar, entre azul y verde turquesa, brilla all a lo lejos. Bajo sus pies, el barranco est como cortado en dos por las brillantes vas que, en la lejana, parecen converger.
Permanece bastante tiempo contemplando aquel paisaje; respirando hondo el aire con olor a yodo que llega de la mar. Despus de recuperarse del esfuerzo, siente un fuerte escozor en sus manos y, al mirarlas, ve como estn totalmente cubiertas por grandes ampollas.
Un ruido familiar, an lejano, llama su atencin. El silbido de la locomotora el gusano de luz!, se escucha cada vez ms cerca. De pronto, saliendo del tnel a toda velocidad, contempla el convoy avanzando por la va que pasa a escasos metros de donde l se encuentra.
Sus piernas parecen recobrar la nunca conocida movilidad, con la visin de la brillante mquina de vapor que se acerca. En pie, contempla el paso del convoy desplazando olas invisibles de aire caliente a su paso.
El estridente silbido de la locomotora, al pasar a su altura, casi le hace perder el equilibrio. Luis, est a punto de rodar por la ladera. Su rostro, de nuevo radiante, est cubierto de sudor y polvo, mientras se agarra fuertemente a la rama de un rbol cercano.
Solamente unos instantes despus del paso del tren, cuando el furgn de cola se pierde ya en la negrura del tnel, tiene la sensacin de no ser el mismo de antes. La silla de ruedas, compaera inseparable y crcel perpetua desde que naci, se encuentra unos metros ms all Ya no est sentado en ella, sino de pie sobre aquellas piernas que, hasta entonces, se haban negado a sostenerle.
Sus fuertes sollozos alegra y confusin, se mezclan con el silbido del gusano de luz, saliendo del tnel al otro lado de la montaa El silbido, esta vez, parece prolongarse mucho ms de lo habitual, hasta convertirse en un alegre y sostenido saludo.
Luis, de pie por primera vez, llora y sonre al mismo tiempo


2009-Fernando J. M. Domnguez Gonzlez




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