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La Mirada

Cuando cruzaba delante de aquel oscuro callejón, tenía la extraña sensación de ser observado. No podría decir «por quién» o «por qué», pero el miedo acudía a mí cada vez que cruzaba la acera camino de casa…. Sospechaba que unos ojos, ocultos no sabía donde, me seguían desde la oscuridad, clavando su mirada en mi nuca…
Aquella sensación, a pesar de ser molesta y causarme cierta inquietud, no dejaba de ser un inesperado aliciente en mi monótona vida; una vida plena de hastío, causado por mi trabajo de administrativo en una gran empresa de seguros: revisión de pólizas, comprobación de reclamaciones, llamadas a clientes morosos… Al salir del trabajo, a pesar de poder ir a casa por otras calles, siempre volvía a aquella en donde la sensación de ser observado desde el callejón, se repetía, una y otra vez... ¡Era una morbosa, temida y, al mismo tiempo, deseada sensación!
Incluso los días festivos, cuando nada me obligaba a pasar por allí, mis pies me llevaban hasta aquel callejón oscuro, en donde las ratas ––enormes, de larga cola y hocico rosado–– hurgaban en los contenedores de basura, situados en la parte posterior de un pequeño restaurante italiano. El olor a pizza, sazonada con abundante orégano y algún ingrediente más que no lograba reconocer, lo impregnaba todo...
Aquella tarde, al salir del trabajo, caminé hasta el callejón como impulsado por una silenciosa llamada. Las ratas, clientes asiduos del contenedor repleto de restos de pizza, saltaban de uno a otro lado, sin dejar de emitir desagradables chillidos…
El ruido, metálico y monótono, del extractor de humos de la cocina del restaurante, llegaba hasta mí…
Sin temor alguno, como si estuviera seguro de que nada malo me podía ocurrir, me adentré en el callejón observando cada rincón del mismo… ¡Buscando los invisibles ojos!
Un ruido seco, como de pies que se posan, violentamente, sobre el suelo, llegó hasta mí… Pensé en algún gato asustado, pero el ruido era demasiado fuerte para ser producido por los pasos de un felino. De pronto, unos ojos me miraron desde corta distancia… ¡El horror y la sorpresa seguramente se reflejaron en mi rostro! La figura, tenuemente iluminada por la luz procedente del ventanuco del restaurante italiano, era humana, pero inquietante…
––¿Qué haces aquí? ––la voz, profunda y aguardentosa, me preguntó.
Acercándose más, me hizo otra pregunta:
––¿Acaso no tienes otro lugar en dónde curiosear las miserias humanas?
Ambas preguntas, seguidas e inesperadas, me produjeron cierta sorpresa. Nada pude contestar mientras la figura, ahora ya bien visible, se acercaba a mí con pasos lentos y oscilantes.
El hombre ––pues lo era a pesar de su descompuesta y maltrecha figura, cubierta de andrajos––, se plantó ante mi, a escasos dos pasos. «Sin duda, pensé, se trata de un pordiosero que ha convertido este escondido y sucio lugar en su refugio…»
Sus ojos, fijos en mí y sin apenas parpadear, me observaban con una extraña mezcla de cariño y reprobación. Sus manos, cubiertas con unos guantes rotos y de sucia lana, que dejaban ver las uñas negras por la suciedad, me agarraron por la solapa…
Quedé aterrorizado, sin saber cómo reaccionar… Pasados unos segundos, pude hacerlo y le aparté con un fuerte empujón. Cayó sobre el sucio pavimento, muy cerca del contenedor con restos de pizza… Entonces, pude ver sus facciones con todo detalle: a pesar de los muchos años transcurridos, desde su «desaparición», cuando yo apenas contaba diez años ––mi fallecida madre siempre me había dicho que cayera heroicamente en el frente de Estalingrado––, pude reconocerle: ¡ERA MI PADRE!


© 2009-Fernando J. M. Domínguez González


Canteiro03 de enero de 2010

1 Comentarios

  • Gabrielfalconi

    esta muy bueno. tiene un excelente final como deber ser en todo micro relato
    felicitaciones

    03/03/10 04:03

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