La ventana a mi cabeza, en la extensión de mis aposentos.
Soñé, soñaba, creía soñar, despertaba sintiendo que todo era un sueño, soñaba sintiendo que todo era verdad.
Indelebles recuerdos que no volverán, porque a ningún lugar se han ido.
Memorias que no recordaré, porque nunca las tuve.
En el silencio que me regala el viento, un suave murmullo turba mi ser.
Me asomo a la ventana, cuestionando en mi cabeza si razón tendré.
¿Será que sobre las hojas ya muertas de la acacia, el fuego arde y baila, consumiéndolas lentamente y con inusual dulzura?
Mas sádica ha sido mi desilusión, al ver que el murmullo era de la lluvia, que con usual crueldad, se precipitaba sobre las hojas, rompiéndolas, erosionándolas, volviéndolas inútiles para que en un futuro, armonizaran con el fuego. Robándoles su último deseo de servir al hombre, luego de su fallecer.
Entonces la lluvia cesó sobre las hojas...
Entonces la lluvia cedió desde mis ojos...
